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Los mayores tropiezos de Sharon

MARWAN BISHARA 



Mundoarabe.org, 15/10/2004
Desde que dio comienzo el proceso de paz, hace once años, Israel ha tenido cinco cambios de gobierno, ninguno de los cuales finalizó su mandato debido a sus fracasos en el logro de la paz y la seguridad. La coalición gubernamental de Sharon demuestra no constituir una excepción, ya que carece de lo que realmente necesita Israel, una estrategia de paz.

 Este lunes pasado, el primer ministro sufrió un importante revés cuando en una votación de 53 votos contra 44 se rechazó su comunicado sobre la retirada de Gaza. La postura de Sharon no pudo pesar suficientemente en el ánimo de una cuarta parte de los diputados de su propio partido para que aprobaran una versión diluida del plan de retirada. La implacable oposición de la derecha al plan de retirada de Gaza así como el rechazo frontal de la izquierda al plan económico del ejercicio del 2000 están precipitando de hecho la defunción del Gobierno.

La actual crisis política de Sharon constituye un síntoma de nuevos y mayores tropiezos relativos a su estrategia política. El primer ministro rechazó cualquier posible negociación con el líder electo palestino, Yasser Arafat, pese al compromiso de este último con las ideas propuestas por el presidente Clinton tras el fracaso de la cumbre de Camp David. Sharon optó en cambio por un plan de retirada unilateral de la depauperada y superpoblada franja de Gaza (1,25% de la Palestina histórica) que permite a Israel darle la consideración de "territorios ocupados" donde llevar a cabo incursiones y operaciones militares, circunstancia que ha creado un vacío político y conduce a una peligrosa escalada de la violencia.

Lo que es peor, el plan de retirada de Sharon permite a Israel reforzar su garra sobre Cisjordania mediante la expansión de los asentamientos ilegales (4.000 en construcción) en los ya existentes 226 asentamientos judíos y el encarcelamiento de facto de los palestinos en siete bantustanes aislados. Es la receta de una guerra permanente en Palestina.

Además, el duro primer ministro ha rechazado reiteradamente las iniciativas sirias de negociación basadas en tierra por paz, siendo así que la mayoría de sus asesores en materia de estrategia y servicios de inteligencia le han advertido de la pérdida de una oportunidad histórica para garantizar la paz en su frontera en el norte. Optó en cambio por suscribir la idea de una coalición antiterrorista en el Mediterráneo oriental destinada a apartar -e irritar- a Siria, Líbano y los dirigentes palestinos.

El líder del Partido Laborista, Shimon Peres, no ha conseguido (en su papel de líder de la oposición) proponer una perspectiva alternativa a la de su amigo-rival Ariel Sharon. Abriga aún la esperanza de formar un gobierno de unidad nacional con el Likud aunque su comité central rechazó tal coalición en una votación oficial. La condescendencia de Peres para con Sharon ha dividido a la izquierda y debilitado su capacidad de organizar siquiera una pizca de oposición creíble frente a la derecha.

Aunque el tiempo se acaba para los dos vejestorios, ambos dan la sensación de seguir siendo tan implacables como siempre. Sharon cree que "las elecciones no cambian nada" y, como Peres, considera que sólo una amplia coalición ejercería tal efecto. Se equivocan, y es hora de que se marchen.

Las elecciones son un factor de primordial importancia tanto para Israel como para los palestinos y, a poder ser, de forma simultánea, a fin de clarificar las preferencias de ambos pueblos y generar un impulso político tan necesario en la actualidad. Por su propia naturaleza, los procesos democráticos tienden a reducir las tensiones y promover las ideas políticas idóneas para reemplazar las políticas de cariz militar, que se hallan en un callejón sin salida. En este sentido, toda iniciativa israelí que implique la celebración de elecciones libres y justas en los territorios ocupados reducirá indudablemente los enfrentamientos o las provocaciones, provengan de donde provengan.

Al considerar una alternativa ante el actual liderazgo israelí puede experimentarse cualquier cosa excepto una sensación de aliento si los sucesores potenciales son Beniamin Netanyahu y Ehud Barak, quienes ya realizaron su intento como primeros ministros y fracasaron. Pero, dado que resulta improbable que un proceso democrático pueda generar un peor gobierno israelí o una Autoridad Palestina más paralizada, cualquier progreso será bienvenido.

La comunidad internacional debe en consecuencia promover el proceso democrático en Israel y Palestina a través de la clara participación del Cuarteto (las Naciones Unidas, Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia).

 Por su parte, Estados Unidos debería alentar un cambio positivo en Israel que permita un tipo de retirada mucho más amplia, en tanto que las Naciones Unidas debe ayudar a los palestinos a convocar elecciones municipales, legislativas y presidenciales que les faciliten la conclusión de los necesarios acuerdos para lograr la paz.

Llegado el caso, el Cuarteto debe asimismo considerar la convocatoria de una conferencia internacional sobre Palestina como la que se ha anunciado para tratar la cuestión de Irak. La tragedia palestina, que ya se prolonga medio siglo, merece que la comunidad internacional le dedique sus desvelos, como en el caso del desastre de Irak, que tiene algo más de un año de existencia.

Desde la invasión norteamericana de Irak el año pasado, el Cuarteto le ha vuelto las espaldas a Palestina, que sigue sufriendo los efectos de la máquina de guerra israelí. Paradójicamente, Estados Unidos y las Naciones Unidas hacen cuanto pueden para convocar elecciones en Irak mientras el Gobierno de Sharon está imposibilitando la celebración de elecciones en Palestina... y en Israel. Hasta que la comunidad internacional no responsabilice a los líderes israelíes por sus políticas de ocupación e impulse un proceso democrático en Palestina, ambos pueblos seguirán siendo rehenes del extremismo y la violencia.

M. BISHARA, profesor de la Univ. Norteamericana de París y autor de ´Palestine/Israel: peace or apartheid´ Traducción: José María Puig de la Bellacasa. La Vanguardia

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