Bashar al-Asad no
fue a la Opera
rodeado de shabbiha
y hombres del
mujabarat para
cantar a la paz. El
hombre que se sienta
sobre el trono que
heredó de su padre
hace trece años sabe
que las patas de
este trono están
fabricadas con el
cemento del
despotismo fusionado
con la sangre de las
víctimas. El hombre
fue muy claro desde
el principio. En los
primeros meses,
cuando la revolución
era 100% pacífica,
el pequeño Asad
abortó todos los
intentos de llegar a
un acuerdo, quedando
los diálogos que
hubo entre algunos
pilares del régimen
y algunos rostros
opositores en nada,
entregándose al
asesinato ciego.
Ello es la razón por
la que los intentos
de Kofi Annan, y
después Lajdar
Brahimi no han sido
más que pérdidas de
tiempo. A pesar de
que los dos enviados
internacionales
mostraron una
neutralidad ambigua
y adoptaron muchas
de las expresiones
del régimen, Asad
hijo acabó con todas
sus propuestas,
basándose en el
apoyo iraní absoluto
y la connivencia
rusa por un lado, y
en su aparato
criminal que se
cierne sobre el
pueblo por otro.
La gran cuestión
siria no tiene nada
que ver con las
intenciones del
régimen, conocidas
desde el principio,
ni con las posturas
internacionales y
árabes, en general
ambiguas: dudas
estadounidenses
sobre si apoyar o no
a la revolución que
se deben al
compromiso absoluto
estadounidense de
apoyar a Israel,
cubierto de miedo al
islamismo. Las
posturas árabes las
dirigen el dúo
catarí-saudí con sus
propias
contradicciones
internas y su
insistencia en jugar
un papel que supera
con creces su peso
real, minando al ESL
al ofrecer su apoyo
directo a los grupos
islamistas armados,
y alimentar las
divisiones en el
seno de las fuerzas
opositoras. Ni la
postura de EEUU debe
sorprendernos ni la
de Rusia era algo
inesperado, como
tampoco son motivo
de estupefacción las
posturas de los
reyes del petróleo y
el gas. Todo eso se
esperaba, pero estas
posturas se han
prolongado hasta un
punto en el que hoy
constituyen una
amenaza para la
revolución siria,
debido a la ausencia
de un liderazgo
político sirio,
resultado de la
impotencia, la
dependencia y la
formación
deficiente.
Cuando utilizo aquí
la palabra amenaza,
no me refiero a que
esta situación pueda
permitir la
permanencia del
régimen, pues el
régimen asadiano ha
caído y quien hoy se
sienta sobre el
trono de sangre no
dirige un Estado,
sino una banda. Pero
ello supone que la
revolución esté
amenazada por la
división y que “la
victoria” del
régimen solo supone
una cosa: la
destrucción total de
Siria, lo que
dificultará su
posterior
levantamiento tras
la caída del
fantasma asadiano.
La mayoría de los
esfuerzos de los
analistas que apoyan
la revolución se han
vertido en la
crítica al régimen y
el análisis de las
posturas
internacional y
árabe, y en los
casos en que algún
frente ha criticado
a la revolución, se
ha limitado a
criticar las
prácticas parciales,
la mayoría de las
cuales a día de hoy
se centran en
criticar el fenómeno
de Al-Nusra.
Pero lo que ha de
hacerse hoy es
criticar las
formaciones
políticas
opositoras, sea de
forma general, o
según los argumentos
que usan los
distintos grupos de
apoyo. Lo que hoy
necesitamos es una
crítica de la
oposición y un
llamamiento a que se
comporte como una
oposición
responsable del
futuro de Siria,
dejándose de
discusiones
inútiles.
El Comité de
Coordinación
Nacional con su
proyecto pacífico ha
fracasado, el CNS
con su proyecto
apoyado en la
ilusión del apoyo
internacional ha
fracasado también, y
la Coalición que
nació de un proceso
cesarista en Doha, y
que nos hizo creer
que llevaba en su
bolsillo las llaves
para el apoyo
armamentístico y
material a la
revolución, nos hizo
unas promesas que se
han ido o están a
punto de irse con el
viento.
¿Qué pasa y por qué?
Es fácil achacar las
causas al régimen
que mató la vida
política durante
cuatro décadas, pero
¿qué han hecho las
fuerzas políticas en
dos años cada día de
los cuales hemos
visto una
resistencia, una
heroicidad y una
bravura que no
habíamos visto en
décadas, llevada a
cabo por los sirios
y las sirias en su
enfrentamiento con
la destrucción, las
masacres y la locura
de la muerte?
Sí, ¿qué habéis
hecho, señoras y
señores?
La verdad que debe
decirse es que la
gente se ha cansado
de vosotros, de
vuestros argumentos
y de vuestras luchas
internas por los
sillones del poder
que no existen.
También se han
cansado de veros en
las pantallas de
televisión,
habiéndose
convertido el más
grande de ustedes en
un imitador de los
presentadores de los
programas por
satélite.
La realidad también
es que la gente no
comprende por qué no
vais a las zonas
liberadas en Siria.
¿Teméis la muerte?
¿Es que vuestras
vidas son más
valiosas que las de
los demás? ¿O es que
pensáis que vuestra
espera en los
hoteles es vuestro
camino al poder?
¿Por qué no dirigís?
El líder dirige,
señores. Moaz Al-Jatib,
Riad Seif, Suheir
al-Atassi, George
Sabra y todos los
demás deben saber
que el líder ha de
estar con su pueblo,
y que las zonas de
las que se ha
retirado el régimen
no pueden soportar
el vacío. Si no
estáis en ellas para
dirigir a la gente,
no debéis
sorprenderos de que
las dirija el Frente
de al-Nusra o
cualquier otro líder
sobre el terreno.
Dijeron que unirían
al ESL y
conformarían un
gobierno, se
adoptaron decisiones
y pactos que no sé
cómo llamar, pero
nada palpable. El
gran interrogante
sirio ha de
dirigirse a la
oposición y no al
régimen. Al régimen
lo conocemos y
conocemos lo que
quiere. Pero
vosotros, señoras y
señores, debéis
decir y hacer, y
dejaros de luchas
sin sentido.
Comprendo que se
diera una dura
batalla en torno al
significado del
derrocamiento del
régimen, y que dicha
lucha se saldó
aceptando la idea
del derrocamiento
del régimen con sus
símbolos y aparatos
de seguridad. ¿Por
qué seguís
peleándoos unas
veces en secreto y
otras en las
pantallas?
Por Dios, el volumen
de esta desgracia
siria abruma a las
montañas, estad al
nivel de la sangre
derramada para no
convertiros en la
otra cara del
régimen.
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