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RECORRIDO
CORTO DE DIFICULTAD MEDIA
POR
LA PLAZA DE JEMA’ EL FNA
Brigitte Vasallo
(Pincha las imágenes para aumentar)
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Mundoarabe.org 21 de julio de 2004
Cuando
decimos, como dicen los libros de viajes y las guías turísticas, y los mapas y
los documentales, que Marrakech
tiene una plaza llamada Jema’ el Fna, inducimos, por peripecias involuntarias
del lenguaje, a error. En Marrakech se da un hecho llamado Jema' el Fna que
desde hace siglos concurre sobre un
retazo de terreno robado a la ciudad, a la circulación, a la construcción
desenfrenada
de
espacios escriturables públicos y privados y ambos, sitio y hecho, han acabado
confundiendo los nombres hasta hacerlo uno mismo. Como sitio la plaza no es
nada; como hecho es subversivo.
El sitio: es un solar abierto en
pleno bullicio de calles abigarradas y sobre explotadas de la medina antigua de
Marrakech, sin ningún tipo de mobiliario, sin encuadres, sin aceras que la
separen de la calzada, sin iluminación artificial… nada más que un pedazo de
vacío asfaltado observado a distancia prudencial por edificios emblemáticos no
desde el punto de vista arquitectónico o urbanístico, sino imponentes desde la
metáfora: la Banque du Maroc,
Correos, la Sûreté Nationale, el Club Med y anunciada a lo lejos
(anunciada que no presidida como se pretende, pues son de una independencia
amable), por la majestuosa Koutubia. En el sitio de Jema' el Fna podemos incluir
la estación de taxis en una esquina, los cafés que la rodean, los restaurantes
cochambrosos que la ocupan llegada la noche. El centenar de carritos de zumo de
naranja y
frutos secos marcan una línea
que algunos quisieran ver como frontera de la plaza siendo sólo
otro de los infinitos dibujos que pueden trazarse en ella. Ése es el
sitio, el que los turistas apresados, bienintencionados, condicionados por las
lecturas previas al viaje, reducidos a ellas, fotografían. Pero cualquier foto
tomada en Jema' el Fna es una foto frustrada a Jema' el Fna, pues ninguna película
(animada o inanimada) puede ir más allá del árbol que configura un bosque
momentáneo, irrepetible y, como tal, huidizo.
El
hecho: en la extensión
constructiva-destructiva de la ciudad (urbanizada, pensada, decidida,
diseñada, controlada, canalizada), en el conjunto de tierra socializada, de
espacio comprable y vendible, en un emplazamiento no marginal ni periférico
sino en su centro codiciado, se
crea, desde la momentaneidad espontánea, un lugar habitado por la voz y la
presencia. Un lugar de trasgresión, de subversión no codificada, sin
manifiesto fundacional ni pantomima más allá de la propia pantomima, sin
pretensión otra que la de estar allí en aquel instante. En el hecho-Jema' el
Fna todo es irrisorio, y todo/todos/toda/todas son/somos objeto de una burla
descarnada a la que contribuimos el burlador y el burlado en igualdad de
condiciones; su espiral engulle a todo aquél que se asome aún sin saber que
está asomado, es un mundo al revés que es mundo al derecho en el que los
bufones, delincuentes de poca monta, prostitutas sin burdel, limpiabotas,
aguadores, artesanillos, curanderos, vendedores ambulantes de baratijas
invendibles, liantes, se mezclan con sabios, turistas, entendidos, burgueses de
allende los mares, señoras de hermosa virtud, doncellas, directores de cine de
alto intelecto para, a deshonra de los múltiples movimientos revolucionarios
venidos y por venir, colocarlos en círculo (advierto: no en fila, no en líneas,
no en grupos) alrededor del artista sin peana: del travestido descarnado e impío,
del faquir místico, del cantante afónico y arrítmico, del cuenta cuentos
(advierto: no escritor, no poeta, no creador, no intelectual), del milagrero,
del cómico.
Al hecho de Jema' el
Fna no se va: se hace. No se decide, sino que se aparece allí y en ese aparecer
se empieza a formar parte del todo.¿Qué menos intencionado que el grupo de
turistas no llegados sino llevados a la plaza sin saber ni qué ni por qué?
Pero llegan y
son:
la plaza-hecho los hace: los coge, los arrastra, los desviste de turista, los
viste de aguador, les cuelga serpientes del cuello, les pide dinero ( que dan) y
aún, a las buenas mozas, les exige un beso al más sucio del grupo como
recuerdo de Marrakech: el negocio para los aguadores (para los encantadores de
serpientes, para los gnawas…), la aventura exótica para el turista, el circo
para el que pasea, para el que mira y todo el conjunto el teatro, la vida. El cómico
que escoge al primero que se sienta a escucharlo como objeto de burla absoluta,
y esta burla atrae al siguiente, y la música se une, y la halqa se agranda y
cada nuevo llegado recibe su paliza, ¡y pobre del que conteste!, pero
contestan, sí, porque la alegría de la carcajada es más fuerte que el dolor
del orgullo. Y el cuenta cuentos
sentado en el suelo (advierto: en Jema' el Fna sólo he visto una tarima, que es
la que usan los hombretones vestidos de bailarina para hacer aún más jaleo)
con la gilaba raída y toda las historias guardadas en él.
Que en tiempos de
televisión, radio, video, Internet, cine, bares un grupo de gente variopinto se
siente en el suelo alrededor de un hombrecillo
que habla historias por el simple beneficio de disfrutarlas en aquel
instante concreto en que pasaban por allí es
subversivo.
Que este acto de comunicación pura y dura entre el uno y los otros, en la que
los otros intervienen libremente cuando quieren y de formas inesperadas, se dé
de manera espontánea sobre el asfalto de un solar a pocos metros del vetustísimo
edificio de Correos, del Bloque de Cemento de la Comunicación, es
revolucionario. Que ante el enorme Banque du Maroc con todo lo que representa se
dé esta forma de comercio primaria, espontánea, voluntaria entre el
público y el ilusionista,
que a través de los siglos ( pues la perdurabilidad es el primer milagro del
hecho espontáneo) ningún sistema bancario haya logrado recuperarlo para sí,
es esperanzador. Que ante la todopoderosa Sureté Nationale, ante el edificio de
alargadas sombras del Ministerio del Interior marroquí, entre el poder de la
porra y el poder divino que representa la mezquita (que, paradójicamente, se
encuentra enfrente, una vez salvado
el intervalo de la plaza), se den las formas más esperpénticas de
transformismo, transexualismo, homosexualidad chirriante, prostitución
callejera, obvia y literalmente velada (las famosas prostitutas cubiertas
que tantos desubicados han confundido con fundamentalistas islámicas!),
es .... Falta ya de adjetivos que expresen toda mi devoción por esta plaza sólo
me queda el recurso del pleonasmo: todo esto es Jema' el Fna.
Se dan situaciones de
belleza desnuda en otros lugares. Pero
aquí la belleza procrea, recrea, se reproduce,
perdura cambiando de
rostro,
cruda, real y exultante.
Los
extranjeros tratamos de explicarla. Los marrakxís no la explican. Sólo
nosotros nacimos sin ella. Mas la plaza no es un invento marrakxí, no les
pertenece (aunque les honra): es un de los lugares naturales del ser humano, un
punto de encuentro no modificado por otro poder que el del ser y el estar. Un
lugar innato que los demás perdimos en algún punto del camino.
Acabo con la voz prestada
de los halaqis, con un preludio y una invitación:
En
nombre del Santo patrón de Marrakech
Sidi bel Abbas
Imperturbable Protector de la
ciudad
que no encuentra descanso
hasta que todos sus hijos
ya sean de aquí,
ya sean de fuera
han encontrado cobijo.
***
¡Venid a ver la ciudad,
despoblada de dinero
tomada
por la locura!