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Palestina:
el lugar de todas las luchas V
Andrés
Piqueras Infante* La insurrección del pueblo palestino Frente a este estado de indefensión permanente, no es de extrañar que la desesperación se vaya adueñando de la población palestina, parte de la cual, ante la falta de alternativas viables, experimenta una vuelta al pasado islamista, en el que busca la “salvación” de la situación presente (ya que las fuerzas naturales nada pueden, volvamos a las sobrenaturales). Claro que este no es un proceso tan espontáneo como parece. Desde un principio está alimentado por el propio Estado de Israel (y por EE.UU.). Ya en los años 20 del siglo pasado, la Organización Sionista Mundial había financiado a las Sociedades Musulmanas Nacionales de Palestina, así como a la jerarquía agrícola, con el fin de fomentar las rivalidades entre la burguesía urbana y los notables o cabecillas rurales tradicionales. De hecho, hasta los años 80, la ”tolerancia” del Estado israelí con las organizaciones islámicas, iba más allá de la mera permisividad política. En las primeras dos décadas de ocupación el número de mezquitas pasa de 77 a 600, y las autoridades israelíes permiten y apoyan la creación de una red de centros culturales, médicos, educativos y sociales, para la “reislamización” de la sociedad palestina[1]. De ella saldría más tarde el poder (y el respaldo social) de las organizaciones islámicas, en los años 80 y 90. Detrás de ese apoyo israelí está el intento de socavar la autoridad civil de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP, fundada en 1964), y contrarrestar el peso de organizaciones políticas de izquierda que la componen o que forman parte del entramado político palestino. Entre otras, algunas marxistas[2]. Dificultando, por un lado, el gobierno de los Territorios Ocupados, y haciendo ver, por otro, la “distancia” religiosa, pretendidamente insalvable, entre los dos pueblos. Pero como sucede tantas veces en la vida, lo que empieza siendo un instrumento propio, se termina yendo de las manos. Así ocurriría a partir de los años 80, en que las organizaciones islamistas tradicionales, como los Hermanos Musulmanes, salen de su ensimismamiento y dejan de contemplar la cuestión palestina como meramente religiosa, para comenzar a hacerse cargo también de la liberación terrenal (algo que recibió bríos con la experiencia de Irán y el ascenso de Arabia Saudí como potencia económica árabe, amén de la internacionalización dentro del mundo musulmán del conflicto afgano contra la URSS, o la pérdida de referentes seculares que sobrevino con la propia extinción de este país). Por primera vez, la moderada y contemporizadora organización de los Hermanos Musulmanes, contempla la resistencia armada como aceptable, ante la crueldad de la ocupación israelí. Surge así en la década de los 80, vinculada directamente a la revolución iraní, la Yihad Islámica (1983). Más tarde nace Hamas (1987), organización que cobraría un especial protagonismo a partir de un hecho insólito que se produciría en la tierra palestina. Ese hecho de dimensiones globales fue el hartazgo de todo un pueblo que comienza una intifada o lucha general contra el invasor. Estamos en diciembre de 1987. La intifada (“sublevación”) puede considerarse como una generalizada expresión de desobediencia civil ante un Estado colonizador, que va acompañada de los intentos de construcción de instituciones protoestatales propias. Levantamientos populares, manifestaciones por todos los Territorios Ocupados, negativas a colaborar con las autoridades israelíes, a acatar sus disposiciones, huelgas de los trabajadores industriales y agrícolas, de los comercios, paralización de las labores administrativas, son algunas de sus más importantes expresiones (secundadas a menudo por los palestinos residentes en territorio israelí, incluso por su representación parlamentaria en la Kneset o parlamento de Israel). Todo ello junto a permanentes luchas callejeras: barricadas, lanzamientos de piedras, cócteles, exhibición permanente de banderas palestinas, etc. Al tiempo que se procuran embrionarias formas organizativas de autogobierno. Se trata, en definitiva, de un gigantesco acto de insubordinación, de valentía de un pueblo entero que se niega a seguir aceptando tanto sufrimiento y humillación. Es un ¡basta ya! que no admite más componendas. Con la especial particularidad, además, de que se produce dentro de un sentimiento mayoritario de reconocimiento de la posibilidad de la coexistencia de los dos pueblos en el mismo territorio. La intifada es también, por tanto, un llamamiento a la paz. Las respuestas de los poderes israelíes, sin embargo, serán las de siempre: del intento de cooptación, amedrantamiento o descabezamiento de liderazgos, a la amenaza generalizada y por fin la represión brutal. Se cortan comunicaciones, se suspenden los permisos de tránsito, se prohibe la distribución de productos básicos, no se suministra gasolina, se ilegalizan movimientos estudiantiles, se aprueba la demolición de casas y el corte de árboles frutales, se crean zonas militares cerradas en el interior de los Territorios, se disparan las detenciones y deportaciones. En algo más de 4 años que dura esta situación, la intifada le ha costado al pueblo palestino más de 1.300 víctimas mortales, más de 100.000 heridos, más de 65.000 detenidos, cerca de 15.000 encarcelados, unos 50 deportados, 2.000 casas demolidas y 120.000 árboles cortados. La resolución 605 del Consejo de Seguridad de la ONU (diciembre de 1987), “lamenta profundamente” esas políticas y prácticas israelíes, que violan los derechos humanos más básicos del pueblo palestino. La resolución 608, alrededor de un mes después, critica además la deportación de palestinos, en clara violación de la convención de Ginebra. Por lo que exige asimismo el regreso de los deportados. Las dos resoluciones se aprueban, como suele ser habitual, con la abstención de Estados Unidos. Por eso precisamente Israel hace una vez más caso omiso de las mismas. Ante esta generalizada situación de terror, las organizaciones islamistas (y también algunas secciones de las civiles) decidieron contraatacar con la misma moneda, en la medida de sus posibilidades. De ahí que desde mediados de los años 80, y muy particularmente en los 90, las acciones suicidas con alto costo de vidas humanas se multiplican. ¿Se ha preguntado usted alguna vez hasta qué punto tiene que llegar alguien para hacerse estallar por los aires, con el cuerpo rodeado de explosivos?. Seguro que sí. ¿Usted cree que eso tiene una explicación tan simple o puede resumirse con un término tan fácil como el de “fanatismo”?. Lo que sí está claro es que el círculo de violencia se dispara hasta antojarse insalvable: frente a los atentados de algunas organizaciones palestinas, más controles, masacres, asedios, asesinatos múltiples, selectivos, “preventivos”, etc., por parte del Estado de Israel, que ya para entonces se ha convertido a los ojos del mundo en el ejemplo vivo de un auténtico Estado terrorista, que practica el racismo y el imperialismo de pequeña escala (acorde con su dimensión, claro). La intifada se fue agotando en los primeros años 90, por represión, extenuación de sus participantes, desangramiento popular… Si bien no logró movilizar a los “democráticos” gobiernos del mundo para frenar la barbarie represiva del Estado israelí, sí conmovió a las poblaciones en todo el planeta sobre las bases y la importancia de la lucha palestina; lo que resquebrajó de paso los cimientos y la imagen de la propia dominación israelí, haciendo crecer una ola de solidaridad sin precedentes con el pueblo palestino. Fortaleció también, en lo sucesivo, el Mando Nacional Unificado[3], sobre el que había descansado el liderazgo posterior al levantamiento espontáneo, de la lucha. Y dejó las cosas en una tensa espera, en un ambiente parecido al de una pre-erupción volcánica, presto para estallar en cualquier momento. Ese momento llegó en septiembre de 2000, con la provocación de Sharon, que como líder entonces del partido Likud, se pasea por la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén, desatando una oleada de protestas que fue terriblemente reprimida por el Ejército israelí. Lo que hizo estallar la indignación en todos los rincones de Palestina, y el consiguiente nuevo levantamiento popular…Dando lugar a la que se conocería como intifada de Al Aqsa (por el nombre de la más importante mezquita de Jerusalén, sita en la mencionada explanada). Intifada que, con diversa intensidad y formas, aún pervive, y que tiene una cada vez mayor proyección hacia la independencia. Es por eso que sucesivos remedos de negociación han intentado desactivarla y dividir a la población palestina, mientras que en realidad consolidan la colonización israelí y su política de hechos consumados (cada nueva negociación da prácticamente por inevitable la última aberración expansionista de este Estado). Pero como buenos previsores, los poderosos se reservan también la planificación de los varios futuros posibles (“manejo de la incertidumbre” lo llaman también a menudo), por lo que con la apariencia negociadora buscan igualmente, en realidad, controlar una hipotética post-independencia palestina. Pero repasaremos en el próximo capítulo un poco algunos de los eslabones más importantes de esta “negociación”. [1] Citado por Álvarez-Ossorio, op.cit.. Ver también para mayores detalles sobre el asunto, Gilles Kepel, La Yihad. Expansión y declive del islamismo. Península. Barcelona. 2001. [2] Algunas de las principales fuerzas políticas palestinas son Al Fatah, mayoritaria dentro de la OLP, fundada, entre otros, por el propio Arafat, en 1955; el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), fundado en 1967, de tendencia marxista, opuesto tanto a la Conferencia de Madrid como a los acuerdos de Oslo (ver más adelante); Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FPLP), escisión del anterior, ocurrida en 1969: hasta Oslo apoyó las decisiones de Al Fatah; Partido Popular Palestino (PPP), nombre actual, desde 1992, del anterior Partido Comunista Palestino: apoya las negociaciones de paz, aunque de forma crítica con el curso que siguen las mismas.
[3]
El MNU estaba dirigido por la OLP, e integrado por
Fath, FPLP, FDLP y PCP. Pero no responde a una jerarquía organizativa
clásica, sino que, clandestino, está ampliamente disperso e integrado entre
la población, así como renovado de forma continua, de manera que obstaculiza
enormemente su descabezamiento por parte de Israel.
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Andrés Piqueras Infante: Profesor Titular d'Universitat Jaume I.
Departament Filosofia, Sociologia i Comunicació. Ha publicado:
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