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LA JAULA
Istico
Battistoni
Mundoarabe.org, 26/11/2004
Masha
es una aldea palestina tranquila de casi 3.000 personas, a pocos pasos de la línea
verde que desde 1967 separa Cisjordania de Israel, perdida entre colinas de
olivos que resisten largos meses sin lluvia. Sus habitantes son prisioneros de
su propia tierra, destinada a cambiar de nacionalidad con el avance del muro.
Pero más que cualquiera la prisionera es Munira.
Munira
Al Amar, una señora tranquila de casi 40 años, vive con sus hijos y Haani, su
marido, en una jaula. Su casa se encuentra en las afueras de la aldea y a 20 mts.
de las primeras casas de la colonia israelí de Al Kaana. Son refufiados que
huyeron de aquello que es ahora el Estado de Israel. En aquella ocasión,
estamos en 1948, perdieron su finca a 6 km. más abajo en el valle y se
refugiaron en las colinas de Masha. Cuando construyeron la colonia, estupendo
barrio residencial de estilo californiano con prados verdes y mucha, mucha agua,
les sustrajeron otra parte de la tierra sin compensación y construyeron una
barrera metálica delante de la casa.
El año pasado, vinieron los soldados y les dijeron que habian construido la
“Security fence” (valla de seguridad) en el lado opuesto, a casi 20 mts. de
distancia, entre su casa y la aldea, aislándola completamente.
La “Security fence” no es otra cosa que el muro de la segregación, que
delante de la casa de Munira es una pared de cemento de 9 mts. de alto y que
continua su camino por el campo como una estructura metálica protegida por
telecámaras y alambre de espino. Le ofrecieron hasta dinero para que se fuera,
y Munira dijo:”No, gracias”. El muro de cemento que levantaron el año
pasado delante de la casa, completando la barrera metálica los lados restantes,
y así encerrándola en una jaula,
fue su castigo. Si la casa no ha sido demolida a la fuerza ha sido gracias a la
atención prestada por las asociaciones por la paz y los medios. Munira y su
familia viven desde el año pasado en una verdadera prisión a cielo abierto,
sin más acceso a sus tierras y bajo el arbitrio de los soldados, que deciden si
y cuando pueden salir para trabajar en la aldea, ir a la escuela, o simplemente
sentirse casi normales. La alta tensión que pasa por una parte de la barrera
aconseja a sus niños desistir de la tentación de saltar...
Estoy
con un grupo de observadores internacionales, que preguntan por qué la
autoridad israelí no ha construido el muro entre su casa y la colonia, ahorrándole
la segregación del resto de la aldea. “Porque hubiese estado demasiado cerca
de las primeras casas de los colonos”- responde con objetividad. Porque si uno
cree que en esta tierra los seres humanos tienen iguales derechos no puede
encontrar una razón de lo que nos parece absurdo. Un muro puede romper los
lazos con la vida de una familia de palestinos, pero no de una familia de
colonos israelíes. Así, la vida de Munira y de sus hijos ha cambiado
radicalmente.
“Generalmente los soldados abren la verja
tres o cuatro veces al dia, esto permite a mi marido y a mis hijos ir al
trabajo o a estudiar. Algunas veces, sin embargo, los soldados deciden no
dejarnos pasar o volver a entrar. Y así mis niños han de buscar donde dormir
en la aldea, en casa de cualquier familiar, porque no se les autoriza volver a
casa”.- explica la mujer.
Samir, de 14 años, se siente muy solo. Su familia no tiene derecho a invitar a
casa a ningún otro palestino, y él no puede por lo tanto invitar a sus amigos.
Fátima y Nuri, de 4 y 8 años, miran con grandes ojos durante la entrevista. De
cuando están en la jaula comparten más tiempo con los animales de la familia,
los dos caballos, el mulo, las gallinas y el gato.
“Es todo lo que nos queda”- dice el marido- yo también he debido cambiar
oficios porque no tenemos más acceso a los olivos, que han pasado a los colonos
o se han convertido en “zona de salvaguarda” del muro. La pena es el
fusilamiento para quien intenta pisarla. “Ahora trabajo en las bombas hidráulicas
de la aldea y uno de mis hijos repara automóviles”.
Durante la entrevista, se aproxima un jeep militar a la barrera para preguntar a
Munira quienes somos. Hoy es sábado, y los soldados se toman un dia de
descanso, cerrando el checkpoint que corta la carretera al lado de la casa de
Munira. Una carretera que una vez llevaba en una hora al Mediterráneo. Cuando
llega alguien y no hay nadie de turno en el checkpoint, mandan un jeep para
indagar.
“Les he dicho a mis hijos que no hablen nunca con los soldados cuando salen
para ir a la escuela”-nos revela la mujer. “Los soldados ofrecen dulces o
incluso teléfonos móviles a cambio de informaciones que atañen a los miembros
de nuestra familia. Es una forma de corrupción sutil”.
La vida surrealista que lleva la familia de Munira ha despertado la solidaridad
internacional. También los pacifistas israelíes van a verla. Una parte del
muro ha sido pintada por los voluntarios internacionales con pájaros, flores y
otros temas que evocan la libertad.
¿Y
los colonos?. ¿Habéis contactado con ellos?.
“No,
con ninguno”, responde Munira. “De vez en cuando recibimos piedras o cubos
de basura o bien ofensas verbales, pero no nos podemos permitir reaccionar.
Responder a sus provocaciones seria autorizar nuestra definitiva deportación”.
Munira nos ofrece té, y antes de irnos subimos al techo. La casa está en pésimas
condiciones, mientras las mansiones de los colonos parecen un sueño.
Inaccesible. Los colonos de Al Kanaa provienen principalmente de
EEUU y también de Yemen son árabes de fe hebrea. Su sangre los ha
llevado al paraíso. A un lado de la barrera la sequía y la pobreza, del otro
los prados a la inglesa y las buganvillas.
Cuando sonríe, Munira está extraordinariamente serena. Para que podamos salir
de la jaula abre una puertecilla en la barrera por la que hemos entrado y de la
que tiene las llaves. Hoy no están los soldados en el checkpoint, y esto da un
atisbo de libertad. Los otros días están los soldados para decidir si puede
empujarse la puertecilla.
Al irme, me pregunto si está más serena Munira o los soldados que la vigilan y
los colonos que la provocan. Y no encuentro la respuesta.
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