Fue al comienzo
de la Intifada
en diciembre de
1987 cuando los
medios de
comunicación
internacionales
centraron por
primera vez su
atención en el
papel político
de la mujer
palestina. Sin
embargo, este
fenómeno dista
de ser novedoso
ya que, desde
principios de
siglo XX, las
mujeres han
contribuido al
desarrollo de
“la cuestión
palestina”
mediante su
participación
activa en el
movimiento
nacional
palestino.
Al
abordar el papel
de la mujer en
la sociedad y la
política en
habitual que se
tenga en
consideración la
incidencia del
colonialismo y
el nacionalismo,
elementos que
influyen sobre
la mujer
especialmente en
los países del
Tercer Mundo. Se
considera que el
colonialismo
provoca que la
cuestión
nacional se
anteponga a la
social y, al
mismo tiempo,
tiende a
consolidar las
desigualdades
existentes
ahondando las
brechas
sociales,
étnicas y
religiosas.
Todos estos
factores
explican que la
lucha nacional
sea considerada
por la mujer
como una evasión
de las
injusticias
políticas y
sociales que
padece.
A la
hora de tratar
la cuestión de
la incidencia
del colonialismo
en las funciones
que desempeña la
mujer en la
sociedad
palestina, no
basta con
detenernos en la
ocupación
israelí, sino
que se debe
abarcar también
el período del
mandato
británico y las
otras
“ocupaciones”
que la
precedieron.
El mandato
británico y la
mujer palestina
La política
de castigos
colectivos
impuesta por los
británicos en
Palestina
destruyó las
fronteras que
separaban el
mundo privado
del público. En
aquel entonces
era frecuente
que, durante los
registros en
busca de armas
en los hogares
de los
campesinos, los
soldados
británicos
destruyesen el
mobiliario,
destripasen los
colchones y
saqueasen las
reservas de
víveres (trigo,
harina, grano,
manteca, queso
y, lo que era
más importante
para las
familias
palestinas, el
aceite de oliva)
.
En algunas
ocasiones
también
incendiaban o
demolían las
casas de los
campesinos
implicados en
actividades
contra las
fuerzas
británicas
Mientras esto
ocurría, los
notables
palestinos de
dedicaba a
reunir pliegos
de firmas y
presentar quejas
al Alto
Representante
británico, así
como a organizar
manifestaciones
en las ciudades
–a las que
normalmente ni
acudían- o a
intentar
satisfacer las
necesidades de
los prisioneros
y las de sus
familias: es
decir, cumplían
una función de
asistencia al
tiempo que
denunciaban la
situación.
Por el
contrario, el
papel de las
mujeres en el
ámbito rural era
diferente. Como
señala
Swendenburg, la
contribución de
la mujer fue
determinante
para que
revolucionarios
y campesinos
confraternizasen
y también para
que se
propagasen
inadvertidos
ante los
colaboracionistas
y las fuerzas
británicas no
detuvieran a los
combatientes.
La
anterior
apreciación en
absoluto
pretende
cuestionar la
importante
aportación de
las mujeres que
formaban parte
de la elite
política
palestina y que
establecieron
sus propias
estructuras
organizativas a
través de las
cuales se
expresaron y
ganaron
legitimidad.
Nuestro objetivo
es aportar mayor
luz sobre los
cometidos de
aquellas mujeres
no
pertenecientes a
la clase media y
que han quedado
relegadas a un
segundo plano.
Éste es el caso
de las
campesinas, cuyo
papel es
equiparable, e
incluso podría
superar, al de
las mujeres de
la clase media.
La
aportación de
las mujeres no
se interrumpió
tras la derrota
de 1948 que
trajo consigo la
creación del
Estado judío
sobre el 77 por
ciento del
territorio de
Palestina, el
éxodo de 20
ciudades y 400
pueblos y la
muerte de al
menos 10.000
palestinos en el
campo de
batalla.
Aproximadamente
600.000 personas
–el 60 por
ciento de la
población de
aquel momento-
quedaron sin
hogar
y tuvieron que
instalarse en
los campos de
refugiados como
resultado del
colapso de la
sociedad
palestina y de
todas sus
estructuras.
El
número de
refugiados
inscritos fue de
un millón. Si
comparamos este
número con el
censo de la
población de
Palestina antes
de 1948 se
muestra que tres
de cada cuatro
palestino
huyeron de sus
hogares o
quedaron en una
situación de
extrema pobreza.
La absoluta
mayoría de ellos
pasó a depender
de la asistencia
internacional
que les
proporcionaba lo
mínimo posible
para poder
subsistir.
Cuando en las
décadas de los
50, 60 y 70 los
hombres
emigraron a los
ricos países
petroleros, en
los campos sólo
quedaron
ancianos y
niños, lo que
incrementó la ya
pesada carga que
sobrellevaban
las mujeres a la
hora de
“administrar” el
hogar, ya que
desde entonces
tuvieron que
desempeñar al
mismo tiempo un
doble papel
–cabeza de
familia y
educadora- ante
la ausencia de
sus maridos que
se ganaban el
sustento lejos
de casa. Esto es
lo que sucedió
en la mayor
parte de los
campos de
refugiados de la
Franja de Gaza.
Estas
circunstancias
adversas
provocaron la
creación de
varias
organizaciones
de beneficencia
que tenían como
principal
objetivo evitar
el completo
colapso
económico y
social de lo que
quedaba de la
sociedad
palestina. En
este período
surgieron
numerosas
asociaciones
para proteger a
los huérfanos y
a los
menesterosos,
además de otras
que se ocuparon
de los
refugiados y los
desplazados. En
lo que quedaba
de Palestina
–Jerusalén Este,
Cisjordania y la
Franja de Gaza-
se fundaron seis
asociaciones
benéficas que,
para paliar la
desastrosa
situación,
ofrecieron
servicios
sanitarios a la
mujer e
incidieron en la
necesidad de
mejorar su nivel
educativo
proporcionándoles
estudios que les
permitieran
aspirar a un
mejor nivel de
vida. La más
importante de
estas
asociaciones fue
la Casa del Niño
Árabe de
Jerusalén.
Este
papel poco
vistoso asumido
por la mujer
cobra
importancia
tanto en
momentos de
fervor
nacionalista
como en épocas
de crisis. Por
todas estas
razones no puede
considerarse
como novedoso el
papel que
diversos medios
de comunicación
internacionales
atribuyeron a la
mujer palestina
durante la
intimada. Este
papel se centró
en su
participación en
las
manifestaciones
violentas que
caracterizaron
la revuelta en
sus comienzos,
en el curso de
las cuales
cayeron
numerosas
mártires bajo
las balas de los
soldados del
ejército
israelí. Durante
la revuelta, la
mujer asumió
además otros
cometidos
asignados por el
mando político:
conseguir
alternativas
para los
productos
israelíes,
preparar ropas
para los presos
o coser las
banderas que
simbolizaban los
anhelos de
independencia.
En
el curso de la
intimada la
mujer difundió
el ideario
nacionalista
entre los niños
y los jóvenes y
llevó a cabo
diversas
actividades
fuera del hogar.
Las visitas a
familiares e
hijos presos en
las cárceles
israelíes
exigían plena
dedicación e
iban acompañadas
de humillaciones
y abusos: largas
horas de espera
a las puertas de
la prisión,
golpes y
cacheos. Todo
ello a cambio de
sólo unos
minutos, algunas
veces menos
demedia hora,
para ver a los
seres queridos.
En otras
ocasiones las
mujeres
siguieron los
casos de los
detenidos en los
despachos de
los abogados o
en los
vestíbulos de
los juzgados
israelíes y se
encargaron de
las asignaciones
para las
familias de los
mártires, los
heridos y los
detenidos
pertenecientes a
la Organización
para la
Liberación de
Palestina,
actividad que
exigía
frecuentes
viajes a
Jordania, Líbano
y Túnez. Por
último la mujer
también podía
servir de enlace
entre la familia
nuclear y la
familia extensa,
entre los
palestinos de
dentro y fuera
del país y entre
los naturales de
un mismo pueblo.
La ocupación
israelí y la
mujer
Las
autoridades de
ocupación
israelíes
repiten una y
otra vez en sus
publicaciones
que, gracias a
ellas, la mujer
palestina
accedió al
mercado laboral
a partir de 1967
y así salió de
su medio
tradicional. La
situación de la
mujer, añaden,
mejor de manera
notable al
disfrutar de una
mayor libertad
de movimiento y
de unos sueldos
relativamente
elevados. No
obstante, los
propios datos
israelíes
desmienten estas
aseveraciones ya
que el
porcentaje de
mujeres
trabajadoras
descendió del 10
por ciento en
1970 al 7 en
1989,
mientras que las
mujeres con
actividades
económicas se
redujo del 16
por ciento en
1970 al 10,8 en
1989.
Algunos
académicos
israelíes han
responsabilizado
de esta
situación a “los
valores, las
costumbres y las
tradiciones
vigentes en la
sociedad árabe”
que impiden que
la mujer se
beneficie de las
oportunidades de
trabajo que
ofrece el
mercado laboral
israelí.
Mientras los
hombres
palestinos
fueron empleados
en la industria
y los servicios
en Israel, las
mujeres, debido
a “estas
costumbres y
tradiciones que
limitan su
libertad de
movimiento”
permanecieron en
sus comunidades
trabajando en el
sector agrícola.
Se pasa por
alto, sin
embargo, que la
jornada laboral
del trabador
árabe en Israel
supera con
creces las ocho
horas diarias.
En ocasiones
puede llegar
incluso a
superar las 14
horas si se
computa también
el tiempo que
destina al
traslado desde
su lugar de
residencia hasta
su lugar de
empleo, así como
los largos
cacheos diarios
de los que es
objeto a la
salida de
Cisjordania y
Gaza.
La
multiplicidad de
cometidos
asumidos por la
mujer dificulta
que dediquen
toda su jornada
laboral a un
solo trabajo.
Además, hay que
tener en cuenta
otro factor
relevante ya que
la ocupación
israelí no puso
en marcha ningún
mecanismo para
reducir las
cargas de la
mujer palestina
–y de esta
manera favorecer
su incorporación
al mundo
laboral-, como
por ejemplo
podría haberse
hecho mediante
la prestación de
servicios
sanitarios a los
enfermos y los
minusválidos o
la apertura de
guarderías y
jardines de
infancia.
A todo esto se
añade que los
empleos a los
que podían
acceder los
trabajadores
árabes en Israel
eran
generalmente en
la construcción
y los servicios,
ámbitos
reservados
generalmente a
los hombres. En
resumen, la
perduración de
la ocupación y
la ausencia de
una política
social adecuada,
especialmente
entre los
sectores más
desfavorecidos y
necesitados,
acentuó la
dependencia del
apoyo de la
familia y la
parentela. Todo
ello acrecentó
el peso de la
familia y limitó
la autoridad de
la mujer.
Esta
coyuntura
reforzó el papel
reproductor de
la mujer, que
fue considerado
como un medio
para garantizar
y asegurar el
futuro. A pesar
del aumento de
la inestabilidad
y la
inseguridad, el
último censo de
población
muestra un
aumento
considerable de
la familia
nuclear cuyo
tamaño medio es
de 7.06
miembros (7,81
en la Franja de
Gaza y 24,6 en
Cisjordania) y
de la familia
extensa que
tiene una media
de 28,1 miembros
(35,3 en la
Franja de Gaza y
24,6 en
Cisjordania.
El
elevado tamaño
de la familia
dificulta el que
las mujeres
asuman un papel
político
organizado,
especialmente en
el caso de las
mujeres pobres,
si tenemos en
cuenta las
pesadas cargas
domésticas que
una abrumadora
mayoría ha de
sobrellevar. No
obstante, esto
no impide que la
mujer se
implique de
manera parcial
en los momentos
de mayor fervor
popular o que
lleve sus
actividades
políticas al
interior del
hogar como
ocurre con
diversas
agrupaciones
domésticas de
mujeres que
hacen trajes
para los presos
o tejen banderas
para la Intifada.
Otro
de los factores
que también
contribuyó a
incrementar la
dependencia de
la mujer de la
familia fue la
política de
castigos
colectivos a la
que ya hicimos
referencia con
anterioridad. En
ocasiones el
mantenimiento de
estos castigos
provocó la
desaparición del
cabeza de
familia o la
destrucción del
hogar. Esta
situación
incrementó la
importancia de
la familia a la
hora de proveer
seguridad para
sus miembros y
cubrir sus
necesidades
básicas. También
ayudó a mantener
la cohesión de
la sociedad
palestina, ya
fuera en la
diáspora o en
los territorios
ocupados, al
permitir que
todos los
miembros de la
familia
mantuvieran una
fuerte
solidaridad,
incluso en los
momentos más
difíciles cuando
son necesarios
los sacrificios
mutuos y cuando
el papel de la
mujer –a pesar
de ser el
eslabón más
débil de la
cadena de poder-
se incrementa ya
que debe
sobrellevar las
nuevas cargas y
responsabilidades
que son
incapaces de
asumir los
miembros más
débiles.
La
consolidación de
los valores
tradicionales
El mandato
británico
intentó
instrumentalizar
el sistema de
valores vigentes
en la sociedad
palestina con un
doble objetivo:
de una parte
reprimir a la
resistencia y,
de otra parte,
reforzar las
relaciones de
desigualdad
existentes. Los
libros de
historia están
repletos de
ejemplos de
casos en los que
los hombres
fueron obligados
a desnudarse
ante las mujeres
con el objeto de
humillarlas y
quebrar su
capacidad de
resistencia.
En otras
ocasiones se
empleó el
concepto árabe
de “honor” en
relación con la
castidad de la
mujer para
asustar a las
gentes del campo
y propiciar su
emigración de
los pueblos.
Este recurso fue
utilizado
también por las
fuerzas judías
que pretendían
desalojar a los
campesinos de
sus aldeas en
los combates que
llevaron a la
partición de
Palestina en
1948.
Esta
utilización del
“honor”
prosiguió
después de 1967
cuando las
fuerzas
israelíes
quisieron enviar
un mensaje claro
a la mujer
palestina que
podría ver
mancillado su
“honor” en el
caso de
involucrarse en
actividades
políticas contra
la ocupación.
Esto se tradujo
en decenas de
agresiones
sexuales a las
detenidas en las
cárceles
israelíes,
especialmente a
las a la
acusadas de
acciones armadas
(por ejemplo,
Randa al-Nablusiyya
en 1969 u otras
como Rasmilla
“Awda, Latifa
al-Hiwari o
Aysha Àwde), en
ocasiones en
presencia de sus
propias familias
–padres y
hermanos- que
eran testigos de
las agresiones,
insinuaciones o
amenazas de
violación de las
que era objeto.
Ante el
protagonismo
político asumido
por la mujer
durante la
intifada, las
autoridades de
ocupación
intensificaron
el empleo de
estos métodos.
En muchas
ocasiones
obligaban a las
mujeres a
desnudarse y las
amenazaban con
insinuantes
movimientos
sexuales; todad
estas prácticas
se siguen
empleando
impunemente hoy
en día. También
el servicio
secreto israelí
utilizó el
chantaje sexual
contra los
activistas
palestinos y sus
familias, en
particular las
mujeres (lo que
se conoce como
“política de
aborto”). Esto
ha acrecentado
el temor de
muchas familiar
por las mujeres
–en especial las
adolescentes-, a
las que se llega
a prohibir que
abandonen el
hogar para
evitar que se
impliquen en
política o se
las casa a una
temprana edad
para proteger su
“honor”.
La anulación
de la frontera
entre lo privado
y lo público
La
principal
novedad que
introdujo la
ocupación
israelí a partir
de 1967 fue la
supresión de la
separación
existente entre
el espacio
privado (el
hogar) y el
espacio público
(la sociedad).
La política de
castigos
colectivos no
fue dirigida
sólo contra los
campesinos
activistas como
en la época del
mandato
británico, sino
que persiguió a
toda la
población. Esto
se debe a que el
objetivo de la
ocupación
israelí no era
como en la
década de los 30
reprimir a los
campesinos o
detener la
revolución, sino
llevar a cabo el
proyecto
sionista de
desarraigar a un
pueblo de su
tierra. La
política de
castigos
colectivos se
manifiesta en la
demolición de
casas –ya
estuvieran en
campos, pueblos
o ciudades-, la
destrucción de
los lugares de
trabajo –ya
fueran huertos o
cultivos- y los
ataques contra
jardines de
infancia,
escuelas y
universidades
(durante la
intifada todas
las
instituciones
educativas,
incluidas las
guarderías,
fueron cerradas
entre el 9 de
diciembre de
1987 y el 31 de
enero de 1989,
una medida que
afectó a un
total de 328.000
alumnos y
alumnas
.
En
este período se
registró un
peligroso
incremento de
las demoliciones
de casas que
dejó a miles de
familias
palestina sin
techo. Éstas no
sólo se
explicaron por
razones de
seguridad, sino
que obedecieron
también a los
planes de
“ordenación
urbanística”
israelíes que
pretendían
limitar el
crecimiento
natural de los
pueblos y las
ciudades
palestinas. A
veces fueron
acompañadas de
medidas extremas
como prolongados
toques de queda
que
prácticamente
paralizaban el
movimiento de
los ciudadanos
en las ciudades
y, además,
interrumpían la
comunicación con
los pueblos
vecinos. Todas
estas políticas
contribuyeron a
anular las
fronteras que
separaban el
hogar, como un
lugar seguro
donde poder
refugiarse en
momentos de
peligro, y el
mundo exterior,
la escuela, la
calle, el lugar
de trabajo o la
cárcel.
Al
contrario de lo
que pretendía,
esta política de
castigos
colectivos hizo
las veces de una
escuela que
educó a
distintas
generaciones
dándoles una
formación
política, Esta
formación
llegaba a todos
los palestinos
allá donde se
encontrasen,
todo lo
contrario de la
que
proporcionaban
las
instituciones
educativas
oficiales
–controladas por
Israel-, que
prohibían que se
enseñase a los
palestinos su
propia historia
y, de manera
particular, la
política.
Muchas fueron
las ocasiones en
las que padres,
madres y
hermanos fueron
golpeados, con
violencia e,
incluso, fueron
asesinados en el
interior de sus
casas o a la
vista de sus
niños o, al
revés, los hijos
fueron los
maltratados sin
que sus padres
pudieran hacer
nada para
protegerles. La
anulación de las
fronteras del
hogar como un
lugar seguro
para la mujer y
sus hijos
incidió en que
éstas saliesen
fuera y tomasen
las calles para
manifestarse con
violencia contra
la ocupación.
Oslo: una
nueva
perspectiva y
unos nuevos
retos
Desde que en
1994 se crease
la Autoridad
Nacional
Palestina como
resultado de los
acuerdos de
Oslo, diversos
ministerios y
asociaciones
oficiales
abordaron la
situación de la
mujer y
asumieron la
responsabilidad
de propiciar una
regeneración
global de la
sociedad
palestina. La
pregunta a
formularse era
si la Autoridad
Palestina sería
un instrumento
para mejorar la
situación de la
mujer a través
de su política y
su legislación
–como ocurriera
anteriormente en
el Egipto de
Nasser o en
Yemen del Sur-
o, por el
contrario,
perpetuaría la
idea de que la
cuestión
femenina debía
quedar en manos
de las propias
mujeres.
Los
acuerdos de Oslo
dejaron su
impronta en las
mujeres
palestinas en
general y de
manera
particular en el
movimiento
feminista al
generar un
intenso debate
en torno a la
relación de los
asuntos
nacionales con
los asuntos
sociales. La
construcción
nacional
requería una
cooperación
mutua entre
hombres y
mujeres, la
incorporación de
la mujer en el
proceso de
desarrollo y la
revisión de su
marco jurídico.
Dado que la
ocupación seguía
presente en los
territorios
palestinos
también exigía
que se
mantuviera la
movilización de
las mujeres. En
este sentido era
necesario
clarificar las
prioridades para
poder afrontar
con éxito
diversos retos
como la
colonización de
los territorios
palestinos, la
política de
castigos
colectivos, la
ruptura de la
continuidad
territorial y
los intentos de
aislar a
Jerusalén Este
de su entorno
árabe.
El
proceso de Oslo
provocó un
retroceso en la
popularidad de
muchos partidos
políticos que
sufrieron un
colapso
ideológico y
organizativo.
Esta situación
repercutió a su
vez en las
dirigentes
feministas que
también se
resintieron de
un descenso de
popularidad,
pero
aprovecharon la
ocasión que se
les presentaba
para impulsar
diversos cambios
en las
estrategias
feministas.
Estas
estrategias
fueron mucho más
allá de la mera
organización de
la mujeres, como
establecía en el
pasado la
cultura política
palestina, que
trazaba una
estricta
separación entre
el ámbito
político y el
ámbito social y
consideraba que
los retos del
presente
requerían
relegar las
cuestiones
sociales hasta
después de la
liberación.
¿Existe una
conciencia
feminista
consolidada?
A
pesar del
retroceso
registrado en la
popularidad de
los cuadros
políticos,
incluidas las
mujeres, esto no
provocó la
desaparición del
movimiento
feminista, sino
que favoreció el
surgimiento de
una nueva
conciencia que
permitió que
este movimiento
superase la
situación de
parálisis en la
que se
encontraban tros
dirigentes
políticos del
ámbito obrero y
profesional.
Dentro del
movimiento
feminista se
extendió la idea
de que era
necesario
desconfiar de
los partidos
políticos y
alcanzar los
puestos más
elevados para
que la mujer
tomase parte en
el proceso de
toma de
decisiones. En
respuesta a esta
reivindicación
se elaboró un
Documento sobre
los Derechos de
la Mujer, hecho
público el 2 de
agosto de 1994
en Jerusalén por
la Unión General
de la Mujer
Palestina
.
Este
documento estaba
precedido por
una introducción
general en la
que se remarcaba
la contribución
de la mujer en
la etapa de
lucha por la
libertad
nacional y se
exigía que el
primer documento
constitucional
palestino
–entonces en
elaboración-
contemplase los
derechos
fundamentales de
la mujer, tanto
políticos como
sociales,
civiles y
económicos. Esta
iniciativa
mostró la
voluntad de la
dirección del
movimiento
feminista de que
la mujer fuese
considerada como
un elemento
central en el
proceso de
construcción
nacional. A
pesar de la
dificultad de
lograr un
acuerdo en torno
a estas
exigencias, el
texto se
convirtió en una
parte del acervo
del movimiento
no nacionalista
palestino en
general y del
movimiento
feminista en
particular.
Esta
nueva conciencia
permitió abrir
nuevos
horizontes y
proyectos para
las mujeres, que
incrementaron su
interés por la
legislación,
los medios de
comunicación
,
la sanidad, la
cultura, el
empleo y el
desarrollo
.
Al mismo tiempo
se intentaron
modificar las
relaciones de
poder existentes
en la sociedad
palestina por
medio de su
participación en
las elecciones,
consideradas
como uno de los
medios para
asentar la
democracia y
construir una
sociedad civil.
La mujer y
las elecciones
Los
resultados de
las elecciones
al Consejo
Legislativo
celebradas en
1996 reflejaron
a un mismo
tiempo el
ascenso del
movimiento
feminista y su
debilidad
organizativa. El
movimiento
feminista
participó en las
elecciones de
manera
desorganizada e
inconexa como
consecuencia de
los factores
reseñados con
anterioridad,
mientras que las
dirigentes
políticas
opuestas a los
acuerdos de Oslo
decidieron
boicotear los
comicios no
presentando
candidaturas ni
participando en
la votación. El
interés de las
mujeres en las
elecciones se
tradujo en una
levada
participación:
en muchas
localidades de
los votos
femeninos
superaron a los
masculinos y
esto a pesar de
que su número
era inferior:
Según el censo
de 1997, la
población
palestina, sin
contar con
Jerusalén Este,
ascendía a
2.596.617
personas, de las
cuales 1.318.804
eran hombres y
1.277.813
mujeres. Un
44,33 por ciento
(1,3 millones)
superaba los 18
años
.
El número de
personas
registradas en
el censo
electoral fue de
1.028.280
(672.755 de
Cisjordania y
355.525 de la
Franja de Gaza).
Las mujeres
candidatas a las
elecciones a la
presidencia y al
Consejo
Legislativo
fueron 28 frente
a los 647
candidatos
varones, lo que
equivale al 4,1
por ciento de
las candidaturas
presentas. Tan
sólo cuatro de
ellas accedieron
a los 88 escaños
de la Cámara.
Los nuevos
retos
Con
el inicio de la
intifada de Al
Aqsa en
septiembre de
2000 “la
cuestión
nacional” volvió
a anteponerse a
“la cuestión de
la mujer”. El
incremento de la
violencia de las
fuerzas de
ocupación
imposibilitó el
debate sobre los
derechos o la
situación de la
mujer ya que
estas cuestiones
requerían la
existencia de
una autoridad
nacional ante la
cual presentar
sus
reivindicaciones.
Con la
intensificación
de la represión
israelí –que no
tenía como
objeto sólo a la
población, sino
también a la
Autoridad
Palestina a la
que se pretendía
“expulsar” de
nuevo al
exterior-, las
demandas ante la
ANP para que
concediese
mayores derechos
para las mujeres
disminuyeron, ya
que unos y otros
unieron sus
fuerzas para
preservar lo que
quedaba de la
nación y
proteger a dicha
Autoridad.