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________________________________ Subcontratar el contraterrorismo Marwan Bishara Mundoarabe.org,
19/12/2005 Las columnas fundamentales de la geoestrategia de Bush incluyen las figuras de Alaui, de Iraq; Sharon, de Israel; Musharraf, de Pakistán y otros elementos seguros de sí mismos y de autoproclamada mentalidad laica que tienen mucho que ganar con el patrocinio de Estados Unidos y mucho que aportar al plan de la pax americana en el Gran Oriente Medio. Se trata, en efecto, de una baza de importancia primordial para el presidente Bush, cuya hoja de servicios bélica sigue arrojando un déficit notable. Ahora bien, ¿favorece ello para la democracia, la estabilidad y la seguridad en la región? Hasta ahora, las transformaciones operadas en la región muestran una división del trabajo según la cual Estados Unidos establece la filosofía de su geopolítica tras el 11-S mientras sus nuevos policías regionales deciden la metodología de su aplicación, lo que revierte en conjunto en una mayor violencia política y sectaria y mayores violaciones de los derechos humanos. Los
recauchutados amigos de Estados Unidos proceden, de este modo, bajo nuevas
etiquetas tales como amantes de la libertad y pacificadores: un
puñado de subcontratistas de ámbito regional conjurados para aplicar
resueltamente las directrices de Estados Unidos -aunque sin prisas- a sus
peculiaridades políticas o especificidades culturales. Al parecer, Washington planteó la cuestión del respaldo a Alaui en el curso de las recientes visitas del viceprimer ministro Ahmed Chalabi y el vicepresidente Adel Mehdi a Washington. pero fue en vano. La imagen de marca musculosa de Alaui encaja plenamente en el molde de los planes estadounidenses para Iraq (inició su campaña con una parada militar). No obstante, topa con una vehementemente oposición de parte de los partidos religiosos suníes y chiíes; éstos mantienen agradecidos lazos institucionales y populares con las autoridades de Irán. De modo similar -y precisamente en el momento en que Alaui podría hallarse en condiciones de aliviar el fardo de la dependencia de la Administración Bush respecto de un gobierno de inspiración iraní, mientras aquélla afronta la hora de la verdad en sus relaciones con Teherán a propósito del programa nuclear iraní-, un topetazo o enfrentamiento con Irán y sus aliados iraquíes podría resultar en una abierta guerra civil de desastrosas y terribles consecuencias para toda la región. Por lo que se refiere a Oriente Próximo, esta situación se traduce en un mayor respaldo de Egipto, Jordania y la Autoridad Palestina a Ariel Sharon y su nuevo partido, Kadima. La reciente adopción de la hoja de ruta de Bush y su perspectiva de una solución basada en la existencia de dos estados permitirá a Sharon establecer la forma y modo de aplicación de las directrices estadounidenses y, al propio tiempo, retener Jerusalén, el río Jordán y la mayoría de los asentamientos ilegales en territorio palestino. Peor aún, una Casa Blanca agradecida cerrará los ojos casi con seguridad ante las violaciones de derechos y los excesos de Sharon. En el transcurso de los últimos cuatro decenios, el área en cuestión ha experimentado las fases de mayor violencia cuando las agendas políticas de Estados Unidos e Israel eran prácticamente coincidentes e indiferenciadas. Y ello es de aplicación en el caso de las relaciones entre Israel y sus vecinos en el mes de octubre del año 1973, de la invasión de Líbano en el año 1982 y de las dos intifadas palestinas de 1987 y el 2000. Cualquier intento de constituir un frente estadounidense-israelí contra los derechos de los palestinos provocará otra espiral de enfrentamiento, de efectos conocidos. Los
presidentes Karzai de Afganistán y Musharraf de Pakistán han obtenido
recientemente victorias electorales en elecciones cuestionables y amañadas o
manipuladas, en tanto los principios democráticos siguen siendo extraños a la
mayoría de sus pueblos respectivos. Según el último informe de la organización
International Crisis Group (cuyo objetivo es evitar y ayudar a resolver los
conflictos) sobre Pakistán, "los esfuerzos de Musharraf para seguir controlando
militarmente la política (con la ayuda de los partidos islamistas) reducirán
probablemente los distintos recursos y mecanismos del país para afrontar de
forma democrática y pacífica sus conflictos internos". Así las cosas, lo cierto es que las perspectivas relativas a Afganistán y Pakistán aparecen íntimamente entrelazadas - prácticamente de manera inextricable- y expuestas a los mismos desafíos representados por tensiones étnicas y sectarias y por el narcotráfico, el tráfico de armas y la corrupción. En las
tres subregiones mencionadas al principio de estas líneas, la guerra contra
el terrorismo tal como la impulsan Estados Unidos y sus aliados en la región
ha empeorado hasta la fecha las condiciones económicas y de seguridad del Gran
Oriente Medio. Al igual que las justificaciones aducidas para la guerra se han
visto desacreditadas y su aplicación sobre el terreno manchada por la práctica
de la tortura, el empleo de armas ilegales y otros crímenes de guerra, sus
objetivos declarados son manipulados en beneficio propio por parte de los
líderes políticos inquietos por conservar su poder e influencia prescindiendo
del precio que pagan los ciudadanos de la región. Con más de
100.000 muertos en esta absurda guerra unilateral de Iraq, no se aprecian
indicios de grandes progresos o avances; al contrario, todo aboga por una
modificación del curso de los acontecimientos. Y, a tal fin, la Administración
se apoya de hecho en las doctrinas de Nixon, Carter y Reagan de subcontratación
de los planes estadounidenses a los policías regionales y las bazas
influyentes y estratégicas como Israel, Irán y Pakistán. Un giro que tendrá
peligrosas consecuencias. Esta geoestrategia condujo a la guerra de octubre de
1973 y al vuelco islamista de 1979 en Irán y abrió la vía a la aparición de Al
Qaeda y otras fuerzas violentas fundamentalistas en el mundo islámico. M. BISHARA, profesor de la Universidad Norteamericana de París y autor de ´Palestine/ Israel: peace or apartheid´ (Zed Press) Traducción: José María Puig de la Bellacasa. Fuente: La Vanguardia. |
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