¿Por qué continuar hablando de “primavera
árabe”? Para la
mayoría del mundo
con esperanza
progresista, que
miró los movimientos
árabes por la
libertad como
“transiciones a la
democracia”,
evidentemente el
término resulta a
estas alturas
injustificado, y
hablan entonces de
“otoño” o bien,
“invierno” árabe.
Esta mirada, lleva
consigo una
concepción equívoca
del uso de
“primavera” y de la
“libertad” como
cierta democracia.
Recordemos que a
estos movimientos
iniciados en Túnez y
Egipto, luego
expandidos, se les
llamó en general
“Primavera árabe”
evocando a la
“Primavera de
Praga”, que
consistió, no en el
triunfo, sino
precisamente en el
brutal aplacamiento
militar soviético,
de un movimiento por
la apertura en la
Checoslovaquia
comunista de Dubcek.
De manera que, es un
error considerar
“otoño” o “invierno”
árabe el hecho que
las revueltas árabes
hayan culminado en:
fracasos o
transiciones a la
democracia con
predominio
islamista. En
segundo lugar, no
todo movimiento
popular por la
libertad debe
necesariamente ser
visto como la
transición hacia una
democracia
representativa y de
mercado. Que
Occidente no logre
salir del “There is
no alternative” de
Margaret Tatcher, no
es asunto de los
árabes. Ellos
salieron a las
calles a gritar: “El
pueblo quiere la
caída del régimen”.
Eso no significa,
“queremos tal o cual
régimen”, sino que
es una consigna que
hay que leer en
sentido literal, no
dice más ni menos de
lo que enuncia: “el
pueblo quiere la
caída del régimen”,
de ese régimen bajo
el cual vienen
siendo gobernados
desde hace varias
décadas, que han
formado generaciones
en ciertas reglas
que ya no quieren
ser más aceptadas,
ciertas prácticas de
poder que ya no son
más toleradas. De
manera que, el hecho
que las revueltas
árabes no hayan
culminado en
democracias de
mercado seculares, y
hayan sido en su
mayoría fracasos
momentáneos, no es
error de los árabes,
sino de quienes
impusieron a esos
movimientos la tarea
histórica de ser “la
cuarta ola de las
democratizaciones”.
Ahora, no por un
error de mirada
externo, vamos a
dejar de utilizar
para las revueltas
el apelativo de
“primavera árabe”,
ya que esto puede
señalar la
existencia de un
movimiento expansivo
popular por la
libertad, sin líder
ni partido
conductor, y con
resultados
inesperados a muy
largo alcance.
El Estado
nacional árabe
Si hay una identidad
frágil, entre todas
las identidades que
puede tener un
ciudadano del mundo
árabe, ésta es la
estatal nacional, a
menos que se trate
de un sujeto de real
formación o
militancia
nacionalista. Pero
como realidad, la
identidad nacional,
no ha logrado – en
su corta existencia
de práctica estatal,
inferior a 70 años-
prevalecer a las
identidades propias
de la familia
extendida, la
comunidad religiosa,
y el pueblo al que
ambas identidades
anteriores –
fusionadas-
pertenecen. Sea un
error de los Estados
en cómo canalizar la
modernidad como
sostiene Burhan
Ghalioun, o un
problema del
pensamiento árabe de
la Nahda (1) de no
saber dar lugar
político común, en
el Estado, a la
diversidad de
comunidades
religiosas (tawa’ef)
que sí tenía el
califato– como
sostuve en un
artículo sobre Siria
(2)-; lo cierto, es
que constituye
realmente una
ilusión pensar que
esta nueva
identidad, la
nacional, con menos
de 70 años iba a
calar en los
pueblos, aunque sea
bajo el poder de la
metralla, por sobre
las identidades de
familia, religión y
aldea que
prevalecieron por
más de 1.300 años,
por contar solo
desde la llegada del
Islam, si no, son
más de 4.000. Sobre
todo, si
consideramos que,
las fronteras
nacionales de los
países árabes
obedecen a los
trazados de los
intereses de las
potencias
coloniales, y no
precisamente a una
modelación moderna
de las comunidades
tradicionales. Es
más, podríamos
pensar el actual
estallido de los
regímenes árabes
como una rebelión
contra esos Estados
que, en lugar de
transformar las
estructuras
tradicionales, las
utilizaron para
legitimar en el
poder a las
dinastías que
gobernaron los
estados
post-coloniales, sea
en la forma de
Monarquías o
Repúblicas. Y es en
ese sentido que debe
hacerse una
genealogía seria
acerca de la
sinonimia en árabe
de las palabras
dinastía y Estado en
el vocablo dawla.
Quizá Bassam Tibi no
se equivoca cuando
califica a los
Estados árabes de
tribus con bandera
(3).
En cierto sentido,
que es como lo
pensaron los autores
de la Nahda, el
Estado árabe, habría
sido la posibilidad
de instaurar una
educación común, que
llevara a una
lectura moderna del
turath o legado
cultural, bajo un
sistema escolar,
también moderno. En
eso no se
equivocaban. Para
los políticos, la
formación del Estado
era el paso
necesario tras la
caída de los
imperios, era la
forma política que
se venía en el
mundo. El califato
era multilingüe y
multicultural. Su
caída, supuso la
idea nacional árabe
(basada en la idea
según la cual la
lengua hace a una
nacionalidad), la
idea de un Estado, o
Estados para los
pueblos de habla
árabe. Con todo el
respeto que merecen
los escritores del
debate
político-cultural de
la época (Taha
Husayn, Sati’ al
Husri, Amin al-Rihani,
Michel Aflaq, Antun
Sa’adeh, entre
otros), a estas
alturas podemos
decir que situaron
la discusión en una
disyuntiva mal
planteada: el Estado
vs. la cultura. Es
lo que supone la
controversia
nacionalismo
árabe/nacionalismo
local, que
identifica en su
tesis Carmen
Ruiz-Bravo (4). ¿Por
qué el Estado contra
la cultura? Porque
si algo se evidenció
con la caída del
Imperio Otomano, que
representaba el
poder del califato,
es que había una
esfera cultural
árabe, al margen del
Islam, que tiene
unas especificidades
religiosas (por lo
que concierne a
estructuras de
minorías) que,
fomentando quizá la
fragmentación
política forman, de
todas maneras parte
de un legado
cultural común. Una
lengua, una
literatura, una
música, unas
costumbres y formas
de relacionarse con
la diferencia y de
vivirla. Por decirlo
de otra manera, la
esfera cultural
árabe supone un
legado cultural
común basado en la
lengua, la poesía y
la música, y que,
incluye una
diversidad de modos
de vida. Y este, es
un asunto que ese
debate al que
aludimos arriba,
pasó absolutamente
por alto. Intentando
infructíferamente
destruir o sostener
las fronteras
coloniales a través
de discursos
culturales de tipo
nacional-territorial
(no podía ser de
otra forma, el nuevo
Estado era
territorial),
dejaron de lado un
asunto políticamente
mucho más
importante: el cómo
dar forma moderna a
la convivencia entre
diversas comunidades
religiosas. Esto ha
estado presente, sin
reconocerse, en toda
la política árabe
moderna, lo
evidenció la guerra
civil libanesa de
1975-90, y se está
exhibiendo
nuevamente de un
modo lamentable en
la violencia
sectaria estallada
en diversos países
tras las revueltas.
Una consideración
seria de este
asunto, requiere
leer de modo atento,
renovado y no
orientalista, el
legado filosófico
árabe y su enseñanza
política. Una
lectura no
orientalista
supondría, no forzar
enseñanzas
intentando
igualarlos a los
filósofos
“occidentales” ni
tampoco
descalificarlos por
su atenuada
racionalidad
calculadora en su
calidad de
“orientales”.
El kitab al-milla de
Al-Farabi, traducido
como “Libro de la
religión”, da una
clave decisiva para
entender esta forma
política que
decíamos, supera en
más de 1200 años a
la identidad
estatal-nacional. En
primer lugar, el
título del libro nos
enseña que hay una
manera de entender
la religión que, no
es ni la oficial de
un Imperio, ni la
práctica privada
individual de la
plegaria a unas
divinidades
inconmensurables a
todas las demás
existentes en un
estado nacional
secular. Se trata en
cambio, de la
comunidad religiosa
como un referente
del modo de vida, un
estilo de
existencia, una
disposición a pensar
las cosas, a
obedecer ciertas
reglas y rechazar
otras. Debemos
partir por explicar
que el árabe
presenta dos
significados para lo
que nosotros
entendemos por
religión: 1. Din: es
la fe, la creencia,
eso en nombre de lo
cual se ora, e
incluso, se recurre
a prácticas de
privación o
autosacrificio. 2.
Milla: Es el
conjunto de reglas
que rigen a una
comunidad, como lo
define El Segundo
Maestro al comienzo
del libro citado. Es
en este sentido que
se trata de la
religión, al milla,
como un referente de
modo de vida. De
hecho, durante
varios siglos, esta
concepción del vivir
fue
institucionalizada
por el Imperio
Otomano con la
política de los
milet - versión
turca de milla-,
algo a lo que se
puso fin con las
tanzimat, unas
reformas de
reorganización del
Imperio desde el XIX
que intentaba
replicar la
administración de
los imperios
occidentales que lo
asediaban, y que
terminaron siendo
finalmente, un
pre-trazado
territorial del
posterior reparto
colonial
anglo-francés.
El secularismo
El renacimiento
cultural árabe que
va desde la mitad
del siglo XIX hasta
las primeras décadas
del XX, conocido
como Nahda, da
cuenta de la
existencia de una
diversidad de
tendencias de
pensamiento secular,
tanto en un nivel
intelectual como
político-ideológico.
En un nivel
intelectual, tiene
su primera
expresión,
paradójicamente en
dos sheijs de la
Universidad de al-Azhar
(el principal centro
teológico de
Egipto): Ali Abdel
Raziq y Rifaat Al-Tahtawi.
El primero, autor de
un polémico libro en
que defiende la
tesis del
alejamiento de la
religión del espacio
público. Sus
argumentos desde el
Islam tradicional,
son que, éste es una
Fe y no una
política, y que la
shari’a, la conocida
ley islámica, es un
código de vida para
el creyente, no un
código legal. El
segundo, Al-Tahtawi,
enviado a Francia
como guía espiritual
de una de aquellas
misiones de estudios
científicos o
militares que fueron
tan características
del intento de
Mohamed Ali por
hacer de Egipto, un
Estado moderno
similar al
napoleónico. En ese
clima, Al-Tahtawi,
tras su retorno
desde Francia
–estancia que dedicó
profundamente al
estudio de la
cultura y sociedad
francesas- encontró
el asidero para
instaurar en Egipto
el primer sistema
escolar árabe
moderno. Además, en
sus escritos
políticos, se
declaró a favor de
la democracia
parlamentaria
secular. E impulsó
el estudio de los
textos filosóficos
griegos, herencia
que será retomada
poco más tarde por
el gran Taha Husayn,
que incluso será
conocido por
inaugurar una
especie de corriente
literaria
“helenista”, por su
fuerte insistencia
en la histórica
relación cultural
entre Egipto y
Grecia.
El lugar político de
Taha Husayn en la
historia del
secularismo egipcio
y árabe en general,
tiene relación con
su actividad
literaria, dedicada
a remover
tradiciones y, a
revisar fuentes
exógenas para
comprender las
propias, como el
caso de la tradición
griega y la
literatura de la
jahiliya, en árabe,
ignorancia, que es
como los musulmanes
llaman a la época
preislámica.
Particularmente
sobre este asunto,
Taha Husayn
protagonizó un
polémico episodio.
Se trata de una de
sus más provocadoras
acciones en una
sociedad
tradicional, como la
egipcia de la época,
y de su, quizá más
conocida obra
literaria dedicada a
remover tradiciones.
Nos referimos a su
antología y estudio
de la poesía de la
jahiliya publicada
en 1926, lo que le
acarreó críticas,
ataques, y una
persecución que
incluso le costó la
pérdida de su puesto
como profesor de
historia y
literatura en la
Universidad del
Cairo, por presión
de los clérigos de
Al-Azhar. Del libro
en cuestión, se
decía que por sus
posiciones acerca de
la poesía
preislámica, inducía
a dudar sobre la
autenticidad del
Corán, al sostener
como característica
de la producción
intelectual de la
época, el uso del
recurso literario
para la legitimación
del poder por parte
de las tribus. En
este sentido, tal
vez podía incluso
llegar a
interpretarse que el
Corán se tratase de
un texto elaborado
para la dominación
de la tribu Quraish
(la del profeta
Mohammad) por sobre
las demás. Esto, sin
contar que ya es de
partida, una herejía
dar valor literario
a los textos de la
época de la
ignorancia, y sobre
todo, darles
igualdad de rango
que los textos del
libro sagrado.
Toda esta herencia,
tuvo su primera
expresión ideológica
en la formación en
1926, en el mismo
Egipto bajo la
dinastía instaurada
por Mohamed Ali, del
partido wafd,
delegación. Se
trataba de un
partido liberal de
palacio, promotor de
la
parlamentarización
de la monarquía, y
de la movilidad de
las capas sociales
medias a través de
su incorporación en
el sistema público
de educación y
empleo en el mismo
aparato estatal.
Este partido además,
fue conocido
popularmente como
hizb ‘almani,
partido secular, y
esto, por su
consigna Al-din li
allah, al watan li-al-jami’,
esto es, la religión
para Dios, la
patria, para todos.
Este clima político
y cultural del
Egipto de los 20’ a
los 40’, tendrá al
país como el
territorio donde
confluirán no
solamente
intelectuales
locales, sino
también sirios,
libaneses,
palestinos, y de
diversas
confesiones,
cristianos por
ejemplo, y entre
ellos no todos
ortodoxos, también
maronitas. Es la
formación de la
esfera cultural de
donde surgirá el
pensamiento árabe de
la unidad, sea
cultural, política,
económica, algunas o
todas ellas juntas.
Se trata además, de
un movimiento
cultural, la nahda,
que ya está
expandido por el
mundo árabe,
especialmente la
Gran Siria, e
incluso se dota del
intercambio con sus
intelectuales en el
exterior –como la
influencia de la
Liga literaria
formada por Jubran
en EEUU- en la nueva
literatura y teatro
árabes, así como las
relaciones con sus
diásporas de
América, de las que
incluso hay
participación de
descendientes
chilenos en el
desarrollo del
teatro libanés de la
época, y aún, el
caso más plausible a
nivel político, es
la intensa relación
de Antun Sa’adah,
fundador del Partido
Nacionalista Sirio,
con Brasil, país
donde de hecho, se
celebró el primer
aniversario del
partido. Otro de los
importantes partidos
nacionalistas que
surgirán en la época
será al hizb al
ba’ath al ‘arabiya
al shtiraqiya,
Partido de la
resurrección árabe
socialista, fundado
en Siria por Michel
Aflaq y Salah el Din
al-Bitar, que
gobernó Iraq hasta
la caída de Saddam
Hussein y que
tambalea hoy en
Siria.
Justamente el giro
nacionalista del
pensamiento secular,
reforzado por la
instalación de
Israel en Palestina
como representante
de la hegemonía
occidental en la
zona, supuso la
instalación, desde
la revolución de los
oficiales libres de
Egipto en 1952 en
adelante, de
regímenes militares
nacionalistas (como
Siria, Iraq, Libia),
que, basados en la
represión militar y
el gobierno bajo el
permanente estado de
sitio, han llevado
al secularismo, al
lamentable lugar de
ser un sinónimo de
autoritarismo entre
los árabes. En
nombre del
secularismo, de la
nación árabe, contra
Israel y el
islamismo, ha habido
detenciones
arbitrarias, presos
políticos, torturas,
la mayoría de ellas,
sin juicio alguno,
incluso hasta
algunas sin motivo
jamás conocido. El
secularismo a la
europea (por lo
demás relativo,
según su versión)
fue un maquillaje
del que se
intentaron vestir
los regímenes
autoritarios para
ganar prestigio
internacional como
repúblicas
progresistas, pero
en realidad,
asumiendo que contra
la fragmentación
política que
producen las
estructuras
comunitarias en
términos religiosos
no se puede hacer
prevalecer la
identidad nacional,
las dinastías que se
han apropiado de los
Estados árabes
modernos, han
manipulado el asunto
en relación a sus
necesidades de
balance de poder. Es
por ello, que al
caer el régimen, cae
también el Estado, y
estalla la
diferencia sectaria.
Una que, por cierto,
a medida que se
permea de identidad
en lugar de modo de
vida, adquiere los
caracteres violentos
propios de la
violencia racista,
cosa no registrada
en el espacio
musulmán antes de la
penetración de las
ideas europeas sobre
la nación (5). A
estas alturas, quizá
lo menos sangriento
que podemos pensar,
es en cómo sería
posible la
diferencia sectaria
sin violencia. Quizá
un paso posterior a
ello sea lograr de
esta convivencia en
la diferencia, lo
que podrían ser
formas políticas
diferentes al
Estado, y por qué no
decirlo también,
formas económicas
diversas del
capitalismo. Es en
ese sentido que la
primavera árabe
sigue siendo una
primavera. Está
floreciendo, pero se
ha mantenido sin dar
frutos, o tal vez,
sus frutos han sido
informes, igual de
informe como es la
misma primavera.
El sectarismo /
ta’ifiya
¿Qué entiende un
árabe cuando se
habla de ta’ifiya?
Entiende la división
por comunidad
religiosa, por
taifa, término
moderno con el que
se llama lo que Al-Farabi
significaba como
milla y que tiene su
origen en los
llamados reinos de
taifas tras la
desintegración del
Califato de Córdoba.
Ta’ifiya no equivale
a milet. El primero
significa la
fragmentación, es la
amenaza de guerra
civil, o ella misma.
El segundo, es la
institucionalización
política y
territorial de la
diferencia, pudiendo
cada uno vivir según
sus reglas, siendo
una unidad política
mayor lo que les da
el obligatorio
espacio común.
Ta’ifiya es el
tercer pilar de una
triangulación que,
junto a la causa
palestina y la
conspiración
occidental, han dado
legitimidad a los
regímenes militares
para gobernar en
estado de excepción,
habiendo agregado un
cuarto pilar –el
islamismo- tras la
guerra contra el
terrorismo declarada
por Bush.
Ahora ¿Acaso el que
haya estallado
violencia sectaria,
es motivo para
volvernos a
respaldar a los
antiguos regímenes?
O ¿el que hayan
ocurrido triunfos de
islamistas en
elecciones
democráticas es
motivo para señalar
– como lo ha hecho
el poeta Adonis- que
en el mundo árabe no
ha habido ninguna
primavera y que
sigue imperando la
tiranía religiosa? O
bien, lo que es peor
¿es motivo para
respaldar la
tradicional tesis de
los regímenes
militares: o
“nosotros” o “los
islamistas”?
Claramente no.
Señalada la
deficiencia en el
pensamiento árabe
moderno para pensar
una modulación
moderna de las
milla, será
necesario captar el
punto en que cada
comunidad pueda
vivir bajo sus
reglas, viviendo la
diferencia en el
mismo territorio con
otros modos de vida.
Entre los árabes hay
un lazo cultural
común dado por la
lengua, la poesía y
la música que es
claro e
independiente de
cualquier unidad
política. El asunto
problemático es una
tarea política. Se
trata de pensar
formas de
organización
diversas de la
democracia
representativa del
Estado capitalista,
con narrativa
nacional
homogeneizante, el
estado
“gubernamental” como
le ha llamado
Foucault, que se ha
enfocado (desde el
siglo XVIII en
Occidente, y por lo
tanto en el planeta)
al gobierno de las
poblaciones, su
circulación y sus
intereses. Se trata
de pensar la
convivencia
territorial de
diversos modos de
vida sin violencia,
sin narrativas de
amenaza, sin miedo
al mestizaje
intercomunitario, y
esto significa
necesariamente
desprender lo
comunitario de
ciertos ribetes
nacionales o étnicos
de influencia
colonial, como han
hecho algunos
movimientos
islamistas y las
falanges libanesas
en contextos
diversos.
La principal tarea
del pensamiento
árabe ante el actual
contexto político,
es descolonizar la
mente del modelo
estatal europeo. Ese
modelo va en caída,
y ha sido durante
unas décadas un
asunto de elites en
el mundo árabe, en
los sectores no
urbanos, que son la
mayoría, imperan
fuertemente, y por
sobre la nación, los
referentes de clan,
confesión y aldea.
Por lo demás,
descolonizar la
mente del modelo
estatal europeo
moderno, significa
también dejar de ver
como una barbarie el
identificarse por
aldea, clan o
confesión -según sea
el caso-, y como
signo de progreso el
ir hacia una
identidad nacional
que, no es más que
otra narrativa, que
pone otras
fronteras. Y que por
lo demás, para los
árabes ha demostrado
ser, no un progreso,
sino todo lo
contrario, que es en
realidad lo que
muchos filósofos que
vivieron la segunda
Gran Guerra
advirtieron: que el
fascismo no era un
retroceso en medio
de una Europa
ilustrada y moderna,
sino el extremo de
sus posibilidades,
sus desastrosos
límites de lo
posible, o en
realidad, su
ausencia de límites.
Y es así como, la
violencia sectaria
al modo moderno como
está comenzando a
tener lugar en la
primavera árabe
–sobre todo desde el
caso sirio,
recordando y
contagiando al
vecino y conflictivo
Líbano-, es decir,
vestida de las
identidades
territoriales
nacionales
homogéneas, podría
producir algo que
jamás ha tenido
lugar en el espacio
musulmán ni árabe,
que sí en Europa: la
fabricación de una
industria de muerte
para exterminar
minorías. Uno de los
fundamentos de este
desastre fue la idea
de la necesidad de
un espacio vital.
Los estados modernos
europeos surgieron
sobre todo basados
en el territorio.
Descolonizar la
mente desde el
pensamiento árabe
significa, pensar la
transformación de
las propias
estructuras (que son
otras) por unas
diferentes que las
recetas de las
instituciones de
Bretton Woods.
Habría que partir
desde el propio
significado de árabe
(que se asocia a
carro, movimiento),
y de la importancia
de la evidente y
explícita nomadía en
su constitución
política. Luego,
valorar el mismo
hecho que las
identidades
políticas
confesionales no son
territoriales, en el
sentido de grandes
extensiones. Si
miramos un mapa del
Levante,
concluiremos de
inmediato que es
imposible crear
Estados, siquiera
regiones u orbes, de
acuerdo a la
confesión. La
fragmentación invade
a los grandes
territorios. La
identidad de clan
une a ciertos
grupos, la de aldea
a algunos más, y la
de confesión une a
una mayor cantidad
de grupos y de
manera
desterritorializada.
Es como funciona la
‘asabiyya según Ibn
Jaldún.
¿Continúa la
desgracia de ser
árabe?
Si la desgracia de
ser árabe consiste
fundamentalmente en
un mal del existir
por el hecho de
sentirse con la
absoluta impotencia
de no poder actuar,
y de que cualquier
cambio sea producido
desde el exterior
-como lo ha
sostenido Samir
Kassir desde hace
casi una década
(6)-, lo que la
Primavera árabe
viene a mostrar
desde sus comienzos,
como ola de protesta
popular y
espontánea, que
logró incluso
destituir regímenes
–de acuerdo al deseo
del pueblo-, es que
esta “impotencia
absoluta” puede
convertirse también
en “inmanencia
absoluta”, lo que
significa un reverso
total del lugar
donde se sitúan las
fuerzas. La
impotencia absoluta
consiste en que
cualquier
posibilidad –de sí o
de no- está situada
fuera de las
facultades del
pueblo. Lo que los
pueblos árabes han
hecho al convertir
esta impotencia
absoluta en
inmanencia absoluta,
es situar cualquier
posibilidad – de sí
o de no- en ellos
mismos, es decir,
dentro del ámbito de
sus facultades. Por
lo tanto, si hay una
huella que destacar
como propia de la
Intifada, es
justamente esta
inversión de las
fuerzas, y por lo
mismo, significa el
término de esa
desgracia de ser
árabe, del mal de
existir.
Por el momento,
habrá que permanecer
expectantes a lo que
pueda dar como fruto
lo que está
floreciendo en la
primavera árabe,
fruto que hasta el
momento exhibe poco
sobre su forma.
Esperemos que esta
experiencia (a
diferencia de la
iraní) sí dé la
razón a Foucault en
el sentido que, una
cultura no
capitalista deberá
necesariamente tener
lugar fuera de
Occidente y ser
producida por no
occidentales. Nos
queda por ver
entonces, qué tan
occidentales o no
occidentales son los
árabes, si son un
exceso de Occidente
aún no exhibido –lo
que sería un
desastre más o peor
que los que arrastra
su historia de
ruinas-, o si son no
occidentales y, son
quienes puedan estar
produciendo una
cultura no
capitalista.
NOTAS
(1) Renacimiento
cultural árabe de
fines del siglo XIX
y comienzos del XX.
(2) “Siria: pensar
ruina sobre ruina”,
Revista Hoja de Ruta
N°41.
(3) Tibi, Bassam. La
conspiración, al
muámarah. El trauma
de la política
árabe.
(4) Ruiz-Bravo
Visallante, Carmen.
La controversia
ideológica
Nacionalismo
árabe/Nacionalismo
local. Estudio y
textos. Madrid:
Instituto
Hispano-árabe de
Cultura.
(5) Esto es de suma
importancia. Pues el
concepto del hombre
como parte de una
nación, hace de él
un ser que tiene un
destino histórico, y
por lo tanto una
obra que
necesariamente debe
realizar porque le
es propia. Este
concepto del hombre,
es absolutamente
ajeno al paradigma
de pensamiento árabe
clásico.
(6) Kassir, Samir.
L’infelicità araba.
Torino: Einaudi,
2005.
* Kamal
Cumsille Marzuka
es Doctor
(c) en Filosofía de
la Universidad de
Chile y Académico
del Centro de
Estudios Árabes de
la misma casa de
estudios.
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