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Irak
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¿Qué es el Partido Baaz?

 Le Monde

¿Qué es el Baaz? “Una fachada” e incluso “absolutamente nada”,  suele responder el común de los iraquíes, hostiles a este partido, sin ser por eso opositores. Sin embargo, la organización parece omnipresente en el país. Se le deben entre otras cosas, los retratos de Sadam Husein colocados en todos los despachos oficiales y hasta en los comercios más pequeños. En octubre de 2000, el Baaz se mostró incluso capaz de organizar, en menos de un mes y medio, un ejército popular de siete millones de “voluntarios”. No obstante, el número desmesurado de efectivos y el enorme objetivo de este ejército denominado “            Ejército de Voluntarios”  traicionan una retórica alejada de la realidad. El régimen de Sadam, siguiendo la misma política engañosa del resto de regímenes árabes para acallar a la población en lo relacionado con la lucha palestina, optó por llamarlo el Ejército de Jerusalén, lo cual no es más de una huida de la realidad y la pasividad oficial árabe ante la tragedia palestina, donde las calles en las capitales árabes llevan nombres de víctimas palestinas, lo mismo que muchas escuelas y legiones que no tienen nada que hacer para ayudar a  los palestinos, o mejor dicho, no tienen nada que ver y hacer con los sufrimientos palestinos, y les es suficiente utilizar un discurso demagógico y vacío de contenido para simular que están con el pueblo palestino.

Su creación fue decidida durante una reunión cumbre en la que el presidente Sadam Husein ordenó abrir campos de entrenamiento militar para los iraquíes. Por supuesto, no se trataba de lanzarse efectivamente a la lucha. Pero el simple deseo de Husein, objeto de todos los halagos y de todos los temores, bastó para poner en marcha una mecánica que materializara sus ideas. Cinco días después de esta reunión, el Baaz, con su habitual precisión, anunciaba que 42.522 hombres y 127.179 mujeres se habían presentado en los campos. Para dar prueba de ello, a partir del mes siguiente se llevaron a cabo en todo Irak impresionantes desfiles de “voluntarios”. En Bagdad, un gigantesco cortejo tardó trece horas en desfilar ante la tribuna del presidente.

Al contemplar, uno tras otro, los desfiles de los ciudadanos enrolados, cabe preguntarse cómo hizo el régimen para poner a sus órdenes a una proporción tan alta de la población. Mal que les pese a los adeptos modernos de la tiranía, los mecanismos resultan más sofisticados y menos brutales de los que parece. El Baaz es el instrumento esencial de un sistema coercitivo donde la intimidación prevalece sobre la fuerza. Gracias al partido, el régimen mantiene una presión, moderada y constante a la vez, sobre la vida de cada uno. Esta presión el suficiente para garantizar la colaboración, superficial pero sin contratiempos, de una población globalmente reducida a la pasividad y a la indiferencia.

Para los militares retirados, contratados para entrenar a los “voluntarios”, el “Ejército de Voluntarios” ofrece una excelente oportunidad para mejorar sus pensiones, en un contexto de pauperización general producto de embargo. Para los militantes baazistas, responsables del reclutamiento, este ejército exige una gran devoción, para cumplir con determinadas exigencias y progresar con mayor rapidez en la estructura del partido. Así, inscriben de oficio en las listas de “voluntarios” a personas que jamás fueron consultadas. Esto puede convertirse también en una actividad lucrativa. Algunos reclutadores, por ejemplo, cobran 75 dólares para reemplazar a sus reclutas en el entrenamiento.

Para los ciudadanos posibles de ser movilizados, el “Ejército de Voluntarios” sólo presenta a priori contrariedades. Su participación, difícil de soportar físicamente, no es remunerada y representa a veces un lucro cesante considerable. En las zonas rurales, donde cada hogar debe sacrificar un “voluntario” para un entrenamiento de dos meses cada verano, la ausencia de mano de obra se siente duramente.

AMENAZAS, SANCIONES Y PRIVILEGIOS

Sin embargo, el reclutamiento no implica necesariamente métodos salvajes. A los campesinos les conviene mantener buenas relaciones con el partido, del cual depende el accedo a todo un conjunto de servicios del Estado indispensables para la agricultura, tales como el aprovisionamiento de semillas. En cada sector profesional, el partido utiliza argumentos específicos, En la Universidad, únicamente los profesores que forman parte del Ejército de Voluntarios pueden beneficiarse de un curso de perfeccionamiento en el exterior. Para los estudiantes, está en juego la inscripción en determinadas carreras.  Legado el caso, el entrenamiento militar les permite obtener puntos extra en los exámenes. La presión puede tornarse más directa en los barrios, donde los baazistas llevan detalladamente un censo actualizado. Los reclutadores se permiten con frecuencia, frente a los reacios, una referencia directa a Sadam Husein: “Entonces, ¿no responde a la llamada del caudillo?”.

De manera que el reclutamiento llevado a cabo por una base del partido extremadamente cercana a su objetivo, no utiliza detenciones, torturas y ejecuciones, sino un minucioso abanico de amenazas tácticas, sanciones relativas y pequeños privilegios. Un procedimiento notablemente eficaz en momentos de penuria.

En caso de necesidad, el Baaz dispone de castigos más extremos. Posee incluso un brazo armado, fuerzas a su disposición para operaciones de represión. Pero para las actividades cotidianas, los militantes, en sus propios barrios o lugares de trabajo,  prefieren ignorar a los más tercos, los “cabezas de kurdos”, demasiado escasos e inofensivos como para que merezcan un enfrentamiento. Los más provocadores o los más rebeldes no están exentos de un castigo. Como para cualquier trámite administrativo se requieren los favores del partido, el Baaz está investido de un poder que recuerda la excomunión. Un ciudadano repudiado, por consiguiente no apto para recibir sus raciones, abrir una cuenta bancaria o alquilar un departamento, es arrojado a la calle rápidamente y sin ninguna brutalidad. Esta muerte civil es finalmente más radical, e incluso más cruel, que las medidas policiales de las que el régimen puede generalmente prescindir.

Como se ve, el Ejército de Voluntario (o de Jerusalén como quiere el régimen) es un ejército de pantomima, compuesto de reclutas obligados, que no están de acuerdo en luchar contra ningún enemigo. Es, pues, “una fachada” e incluso “absolutamente nada”, como señalan algunos iraquíes, salvo por un detalle: cientos de miles de personas corren y transpiran realmente en los campos de entrenamiento. Poco importa lo que piensan, mientras manifiesten su sumisión sin provocar incidentes. El Baaz no persigue una movilización real, de naturaleza ideológica. Se conforma con un consentimiento formal, pragmático y desencantado, por parte de una población atada a sus múltiples ramificaciones.

La propia organización del partido, estructura arborescente y jerarquizada, contribuye a estos objetivos. En la base, la célula (halaqa) o alcoba (kheliya) reúne semanalmente a una decena de militantes de una misma calle o de un mismo servicio. Allí se conversa sobre actualidad, o más bien, se recitan los objetivos esperados, según la doctrina del partido y las orientaciones del régimen. Se imparten instrucciones, aunque bastante escasas. Se le comunican al jefe las eventuales anomalías, observadas durante la semana y consignadas en informes rituales. En el nivel superior, se encuentra la división (firqa), que agrupa a las células de un barrio, de una pequeña repartición o de una fábrica, luego la sección (shu`ba) y la rama (fere´) que engloba la totalidad de una gran ciudad o de una provincia.

A diferencia de la células, las secciones y las ramas gozan de importantes prerrogativas. Están legalmente autorizadas a encarcelar a sospechosos, según procedimientos que eluden el sistema judicial. Ejercen numerosas funciones típicas de la policía, especialmente fuera de Bagdad. Cuentan con diversas oficinas especiales, que se ocupan de los asuntos culturales, agrícolas, etc. En cada provincia, el “comando de las organizaciones” (qiyadt altandhimat), que encabeza el conjunto de las organizaciones, encarna la autoridad suprema, a pesar dela existencia de una administración clásica. En efecto, el Baaz duplica un aparato estatal con el que compite, al que infiltra y subvierte a la vez.

En la cima de esta estructura se encuentra el “comando regional “ (qiyadat al-qutr), directorio elegido en forma democrática, teóricamente, durante un congreso. En la práctica, el voto no hace más que ratificar los nombramientos decretados por Sadam Husein. Este comando regional cuenta con “oficinas” que son casi ministerios, encargados de los asuntos militares o culturales, de una diplomacia paralela, de la administración de grandes poblaciones como las de los campesinos, los obreros y los jóvenes. El ejército, cuyos soldados son obligatoriamente baazistas, está conformado por una red de células dependientes de la oficina militar, que controlan cualquier disenso en sus filas. Los servicios de seguridad interior del Baaz aseguran finalmente la lealtad y la ortodoxia en su propio seno.

A diferencia del control ejercido por la policía política, la red del partido está impulsada enteramente por la propia población. El nivel de compromiso de los reclutas se organiza en grados. Se integra el Baaz como un simple simpatizante (mo`ayed), sin otro deber que asimilar la ideología profesada en las reuniones semanales. Los grados superiores de “partidario” (nassir) y “ partidario avanzado” (nassir moutaqaddem) significan simbólicamente una disposición a tomar las armas para defender los intereses del partido. El pasaje de un estadio a otro implica un período de latencia y la aprobación de un examen de doctrina. Se necesitan alrededor de seis años, en principio, para aspirar al estatuto de “candidato-miembro” ( murasheh eduo), antes de convertirse en miembro de pleno derecho (eduo).

Al ascender, el militante obtiene mayores privilegios y autoridad. Un miembro de sección gana aproximadamente 250 dólares mensuales: esta suma no sólo es considerable, dentro del contexto del embargo y las sanciones angloamericanas genocidas que azotan el país, sino que otorga un prestigio social sobredimensionado por las profundas desiguales. Los secretarios generales de rama, que poseen un salario mensual de 750 dólares, recibieron este año cada uno un lujoso automóvil, símbolo de distinción. Como contrapartida, el militante es inducido a involucrarse en los trabajos sucios del partido, la persecución de desertores en las operaciones de represión realizadas en forma coordinada con el aparato de seguridad. Este compromiso despierta envidias, desprecio y odio.

En principio, los jefes de célula no tienen ningún interés material en dirigir a sus camaradas. Pero para ascender rápidamente dentro de la estructura, a veces compran nuevos reclutas. A cambio de algunos dólares o de algunos discos compactos, un estudiante puede convertirse en simpatizante. El esfuerzo, al fin y al cabo, sólo le obliga a una reunión semanal, de la cual podría además de escaparse, en algunos casos, pagándole al jefe de la célula.

La difícil situación económica a raíz de las sanciones angloamericanas, incita a una gran parte de la población a realizar cálculos que pueden parecer denigrantes. Así, el beneficio más común consiste en otorgar una bonificación de cinco puntos a los hijos bachilleres de los baazistas. Las calificaciones del bachillerato determinan directamente el acceso a las diferentes carreras universitarias. Por ejemplo, en la Facultad de Medicina de la Universidad de Bagdad, la orientación de mayor prestigio, exige una puntuación tan alta que los estudiantes provenientes de familias no baazistas están excluidos desde un principio. No es difícil imaginar el dilema de los padres en este sistema donde las posibilidades de éxito son muy inciertas.

Desmovilización de la población               

En el sur chiíta, considerado feroz enemigo del régimen, muchos eligieron el partido por una cuestión de pragmatismo. Son los mismos que si se presentara la ocasión quemarían sus locales. Mientras tanto, se adaptan. Muchas buenas acciones, como la participación “voluntaria” en el mencionado ejército, son recompensadas con una medalla. Dos medallas permiten acceder a la Asociación de amigos del caudillo, cuyos miembros obtienen beneficios y cinco puntos extra para sus hijos bachilleres. Esta lógica de acumulación se extiende a través de la posible adhesión a otras estructuras vinculadas al partido, como la Federación nacional de mujeres o la de estudiantes.

Además, en este universo de frustración permanente, el Baaz otorga poder. En realidad, un deleznable poder para lograr el temor de sus vecinos, sus profesores, sus colegas, e incluso sus superiores menos avanzados en la jerarquía paralela del partido. Un deleznable poder para interrogar severamente a un comerciante por la ausencia de un retrato de Sadam Husein en su negocio, o para ser autorizado, a partir de un determinado grado, a portar ostensiblemente un arma. Así, personas frágiles, con vidas acomplejadas, se incorporan al Baaz sólo para encontrar allí, ante todo, cierta seguridad.

Al sumar las pequeñas debilidades, las pequeñas cobardías, los pequeños cálculos que conforman el partido, se obtiene como resultado, sin embargo, una máquina de temible eficacia. Con una verdadera paradoja: la movilización forzada y superficial conduce a la desmovilización de la población. Todo lleva a creer que es además el efecto buscado.

El partido surgió en Irak, en los años 50, como un movimiento político integrado por militantes solidarios y devotos de la causa nacionalista árabe. Sus principios laicos y progresistas lograron rápidamente una buena acogida en el medio estudiantil, en el ámbito de los pequeños comerciantes y en el ejército. Desempeñó un papel determinante durante el golpe de Estado del 17 de Julio de 1968, que inauguró la era del régimen actual. Luego, el régimen lo desnaturalizó progresivamente, sólo para convertirlo en un instrumento de poder, maleable a su arbitrio.

El presidente Sadam Husein redujo el Baaz a un segundo poder ejecutivo, que duplica el aparato estatal, cuyas debilidades a menudo compensa. A pesar de los cambios, el régimen sigue utilizando cínicamente una presunta ideología, una suerte de logomaquia inofensiva y acordada, de falso pretexto que permite a todos mantener las apariencias. Al mismo tiempo, a través de sus prácticas, se burla alegremente de los pilares del dogma. Adversario socialista de los oscurantismos religiosos, organiza actualmente las conmemoraciones del nacimiento del profeta. Lo mismo con los militantes comunistas que trabajan clandestinamente; supuestamente el Baaz es un partido progresista y de “ideología socialista”, pero a la hora de caerle en las manos un militante comunista la única suerte que tiene este militante es la ejecución sin que nadie diga nada, pues todavía las ancianas iraquíes siguen cantando aquella canción nostálgica en memoria del líder comunista Fahed ejecutado por los baazistas.

Entonces, ¿qué el Baaz? Un inmenso entramado de orgullos, hipocresías, renunciamientos y temores. Conformado por estos millones de “voluntarios” que se reúnen para remedar, con una suerte de arte consumado del pastiche, la liberación de Palestina, una liberación que nunca el régimen ha hecho nada por ella mientras pasaba su larga luna de miel con su ex padrino estadounidense, mientras en realidad costará mucho alinear a diez mil para enfrentar físicamente al ejército estadounidense. El entramado del partido se deshará a partir de la caída del régimen. Hasta entonces, se mantendrá en Irak tan seguro y firme como precario sea su futuro.

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Editor Ahmed Hijazi
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