Los
ataques contra las
embajadas
estadounidenses
están orquestados,
al parecer, por
salafistas, grupos
religiosos
ultraconservadores y
radicales. En los
últimos tiempos se
ha destapado el
pastel del orden
autoritario árabe y
han caído un puñado
de dictadores, en
tanto que han
despertado nuevos
grupos y fuerzas de
oposición en toda la
región.
Las revueltas de la
primavera árabe han
levantado una
considerable nube de
polvo que no
obstante no cegará
el reto planteado.
Si la historia
reciente puede
servir de guía, el
polvo tardará al
menos una década en
posarse de modo que
las aguas vuelvan a
su cauce. Por
ejemplo, no cabe
comprender los
ataques contra EE.UU.
salvo si se
consideran como
parte de una pugna
por la influencia y
el poder entre
grupos islamistas,
sobre todo entre los
salafistas y los
activistas de
carácter
mayoritario, como
los Hermanos
Musulmanes.
Los salafistas han
surgido como un
comodín en casi
todos los países
árabes: Egipto,
Libia, Túnez,
Jordania, Yemen,
Siria, Líbano,
Arabia Saudí y
Marruecos. Si bien
la mayoría no
emplean la
violencia, un
segmento reducido
pero potente, el
salafismo yihadista,
compuesto por varias
facciones, suscribe
la ideología
extremista y las
tácticas violentas
de Al Qaeda. En
Libia y Yemen, se ha
convertido en una
fuerza a tener en
cuenta, susceptible
de amenazar la
armonía social y la
estabilidad
política.
El peso de las
pruebas
provisionales
muestra que el
ataque contra los
estadounidenses en
Libia fue calculado,
apoyado y llevado a
cabo por un pequeño
grupo del salafismo
yihadista llamado
Ansar Al Sariah. El
documental
denigratorio del
profeta de los
musulmanes ha
servido de pretexto
y enmascaramiento
del ataque.
En Egipto, Libia y
Yemen, los
salafistas han
aprovechado para
lanzar un
llamamiento a la
opinión del mundo
musulmán, enfurecida
por este abyecto y
despreciable
producto fílmico, y
extraer beneficios
políticos sobre las
fuerzas islamistas
mayoritarias
rivales, como los
Hermanos Musulmanes.
Las revueltas de la
primavera árabe
asestaron un golpe
estratégico a Al
Qaeda. La abrumadora
mayoría de voces de
protesta en el mundo
árabe no apoya las
tácticas de los
militantes
extremistas ni
suscribe su
ideología. De hecho,
hay pruebas de que
ni la ideología de
Al Qaeda ni sus
eslóganes encuentren
eco en los cientos
de miles de jóvenes
árabes que se
rebelaron contra sus
dictadores y
exigieron una mayor
participación y
protagonismo
político.
Aunque peligrosos,
los salafistas son
elementos reducidos
y deben considerarse
como tales en lugar
de meterles en el
mismo saco con la
mayoría de los
protagonistas de las
protestas, que han
sido capaces de
provocar cambios de
régimen.
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