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Viaje a Palestina


UN VOLUNTARIO EN PALESTINA

Francisco Javier Vázquez

Llego a la terminal de El Al, en el aeropuerto de Barajas, unas horas antes del embarque del vuelo Madrid-Tel Aviv. Apenas me acerco al mostrador, un funcionario de dicha compañía me pide amablemente que me retire a un lado para comprobar mi billete de avión. Tras echar un rápido vistazo a mi abultada mochila de montaña, me hace saber que voy a ser sometido a un exhaustivo interrogatorio en ese mismo lugar, antes de ser conducido a una pequeña sala donde se examinará cada una de mis pertenencias. Sobra decir, que si me niego a colaborar con alguno de estos procedimientos, no tendré la oportunidad de viajar con ellos.

Tras ser interrogado, durante casi media hora sobre diversos asuntos personales, motivos del viaje y posibles contactos entre la población local de allí, veo efectuar diversas pruebas químicas, lectura de documentos y registros individuales de todo mi equipaje. Hasta los agujeros de mis calcetines llegan a ser examinados minuciosamente. Todos mis instrumentos electrónicos son requisados durante el vuelo y no me serán devueltos hasta la llegada, en la oficina de objetos perdidos de Tel Aviv. Tras dudar de las razones turísticas expuestas para visitar su país, al encontrar algunas notas sobre organizaciones palestinas, me acompañan hasta la puerta de embarque unos minutos antes de que éste se realice.

Al entrar en contacto con parte del resto del pasaje, descubro que he sido el único en ser sometido a este tipo de medidas de seguridad, debido a mi pasaporte no israelí, escasez de equipaje, edad y aspecto encubierto de voluntario internacional.

Una vez allí, cambio parte de mi moneda en sherkels, la divisa oficial israelí y única en circulación, incluso en los territorios ocupados. Cojo un sherout, taxi compartido de nueve plazas, hasta una de las puertas de la antigua ciudad de Jerusalem. El taxista redondea con la divisa americana de algunos turistas, al hacer la conversión a sherkels, de una forma tan abusiva como muchas superficies comerciales españolas con nuestra anterior moneda desde el establecimiento del euro.

Jerusalem por la noche, transmite una sospechosa sensación de tranquilidad, tan solo interrumpida por la constante presencia de soldados israelíes, dispuestos a pedir la documentación o la apertura de la mochila, en casi todas las partes de la ciudad. Las cuatro partes de esta, se funden dentro de la muralla sin previo aviso. Puedes doblar una esquina y encontrarte en cualquiera de los cuatro barrios: árabe, cristiano, judío u ortodoxo. En todos ellos, figuran los nombre de las calles en tres idiomas: árabe, hebreo e inglés. Salvo, en el barrio judío, donde el nombre árabe se encuentra cubierto por una pegatina.

A la entrada al barrio árabe, una vez cruzada la puerta de Damasco, la primera casa elevada que se divisa sobre la calle, está cubierta por una gran bandera israelí y coronada por un gigantesco candelabro judío. Esta casa fue adquirida por Sharon, cuando subió al poder, como símbolo de la soberanía israelí sobre el pueblo palestino. Por supuesto, nunca vivió allí, tan solo es una forma más de humillación a la población árabe.

Por otra parte, tras atravesar el frío e impersonal barrio judío, cubierto de banderas israelíes situadas en cada uno de sus portales, llego al muro de las lamentaciones. Éste, se encuentra dividido en dos partes: una pequeña y abarrotada para las mujeres; al lado de otra mucho mayor, con sillas y mesas, para una cantidad mucho menor de hombres. Una pequeña demostración publica del machismo dentro de la sociedad judía.

Todas las ciudades palestinas, tanto dentro del territorio israelí como en Gaza o Cisjordania, se encuentran cerradas y controladas por Check Points o puestos militares de control israelíes, con varios soldados bien armados con tanquetas y carros de combate. Los israelíes no pueden pasar a los territorios ocupados, delimitados por la tristemente célebre "línea verde", ni los palestinos pueden salir de sus propias ciudades, salvo que posean un determinado permiso especial, raramente otorgado por las autoridades israelíes.

Jerusalem, es la única excepción. Sus ciudadanos árabes poseen una tarjeta azul que les permite moverse, a través de los Check Points, a alguna de las ciudades donde tengan familia. Aún así, a veces ocurren situaciones como la siguiente: Estuve trabajando en labores de rehabilitación de un centro cultural, llamado "La torre de la cigüeña", en la parte árabe de la ciudad antigua, a través del SCI (Servicio Civil Internacional), una ONG dedicada a mandar voluntarios no especializados de todo el mundo para participar en proyectos solidarios no subvencionados y sin ánimo de lucro. Éramos veinte chicos y chicas de 20 a 30 años en su mayoría. La mayor parte franceses, varios palestinos y algunos italianos. La mayoría del tiempo, pintábamos las instalaciones, hacíamos murales y habilitábamos zonas dañadas o descuidadas a cambio de comida y un lugar para dormir. En una ocasión, un anciano palestino que trabaja en esta asociación junto con los voluntarios, una especie de "Chanquete" local, fue a ver a parte de su familia, que vivía en una ciudad cercana. Un día más tarde, aparecía en el periódico local la noticia de que un presunto terrorista palestino había sido abatido por los soldados en defensa propia, cuando éstos se sintieron amenazados al abalanzarse el coche, en el que viajaba esta persona, sobre el Check Point que controlaba el acceso a la ciudad. Nadie en barrio pudo dar crédito a esta versión de los hechos y decenas de personas, incluidos nosotros, pasamos por la casa de su familia para dar el pésame a lo largo de todo ese día y noche.

Durante el tiempo que pasé en Jerusalem, trabajando en este proyecto, tuve ocasión de conocer algunas organizaciones pacifistas palestinas e israelíes que colaboraban con la nuestra. También, de presenciar la minuciosidad con la que se empleaban los soldados de los Check Points frente los extranjeros que pretendían atravesarlo y la brutalidad que llegaban a emplear contra los palestinos que pretendía pasar, incluso con un pase especial.

Una semana más tarde, tras concluir mi colaboración con esta organización, comencé una segunda etapa de mi viaje junto con un compañero que acababa de llegar de otra ONG española, llamada Paz Ahora, dedicada a intervenir como mediadora en el reparto de material imprescindible en conflictos bélicos de todo el mundo.

En Jerusalem, trabajamos con "Women for the human rights", un grupo de mujeres de mediana edad que intervenían en los Check points, censurando la conducta agresiva de los soldados hacia muchos de los palestinos que pretendían cruzarlos a pie. Tomaban una actitud cercana a la que pudiera tener una madre con un hijo de dieciocho o diecinueve años que se dedicara a amenazar a ancianos, faltar al respeto a señoras con niños a los que llevar al médico o intentar agredir al resto de la gente que quisiera justificar su necesidad de salir de la ciudad.

Vimos muchas de las colonias israelíes que se habían establecido recientemente en los alrededores de pequeños pueblos palestinos y los cuarteles militares que habían sido creados a su lado para "protegerlas" de sus vecinos. Estos colonos no militares, venidos huyendo de la pobreza de sus países a cambio de la nacionalidad israelí y múltiples ayudas económicas por parte del estado, tienen derecho a llevar armas, una metralleta, y no deben rendir cuentas a ninguna autoridad si asesinan a algún palestino que pase cerca de sus hogares. También son especialmente violentos con los voluntarios internacionales y sus propios compatriotas pacifistas a los que califican de "traidores".

Después, viajamos a Jenin para efectuar la compra de una partida de material médico, para el departamento de diálisis del hospital Soleimán, a una empresa farmacéutica habitual. El dinero procedía de una donación del ayuntamiento de Coslada, como primer paso a un futuro hermanamiento con la ciudad de Jenin. Atravesamos Cisjordania, siguiendo paralelamente la frontera con Jordania, para intentar evitar la mayor parte de los Check Points, ya que llevábamos una considerable cantidad de dinero con nosotros que podría resultar sospechosa a los soldados que pudiéramos encontrarnos. Una vez allí, tuvimos una entrevista con el alcalde de Jenin, que se comprometió a venir, tan pronto como le fuera posible, a España para formalizar el hermanamiento entre su ciudad y las otras españolas que quisieran involucrarse, como Rivas Vaciamadrid.

También acordamos, con el director del citado hospital, el pago del material a la empresa farmacéutica de Ramallah, encargada de suminístralo, cuando éste llegara. Unos días después, fue necesario pedir este material a una empresa alemana porque Ramallah había vuelto a ponerse bajo curfew o toque de queda. Unas semanas más tarde, cuando volvimos a España, este material se encontraba todavía retenido en la aduana del aeropuerto de Tel Aviv, sin posibilidad de salir ni de acelerar este trámite o de explicación oficial alguna. Actualmente, tan solo ha llegado al hospital el 80% de este material.

La segunda vez que volvimos a Jenin, para intentar solucionar estos imprevistos, el director del hospital envió una ambulancia a recogernos al Check Point de entrada a la ciudad, ya que el taxi israelí en el que viajábamos no podía atravesarlo. Un joven soldado, tras comprobar en el interior del puesto militar nuestros pasaportes durante varios minutos, nos advirtió que no podríamos atravesar ni en coche ni andando. Es más, si la ambulancia, que nos esperaba al otro lado, hacía ademán de venir a recogernos, abriría fuego contra el conductor sin dudarlo un instante. Ante nuestros comentarios de escepticismo, nos conminó a no intentar burlarnos de su actitud. Menos mal, que una llamada del director del hospital a su superior militar más inmediato consiguió que éste le hiciera cambiar rápidamente de opinión. Sólo así, pudimos volver a entrar en la ciudad.

La situación de Jenin, no dista demasiado de la que pudimos ver a través de los medios de comunicación, varios meses atrás, tras la nueva masacre ordenada por Sharon como "respuesta" a un atentado palestino en territorio israelí. La mayor parte del centro de la ciudad, se encuentra destruido. Los vecinos viven rodeados de escombros y restos de edificios bajo amenaza de derrumbamiento, ya que tienen prohibido todo tipo de reconstrucción o derribo de los inmuebles dañados. Los supervivientes más afectados por el ataque, se encuentran realojados con familias del barrio o incrementando el número de residentes en el campo de refugiados, que se encuentra a escasa distancia de este lugar. No obstante, tal como nos había dicho su alcalde, no vimos mendigos en ninguna parte de la ciudad, ya que, a pesar de todo, la comida nunca faltaba para el que la necesitaba, debido a la increíble solidaridad de la población con los más desfavorecidos.

El toque de queda, por parte del ejército israelí, puede producirse en cualquier momento del día. Cuando suenan unas sirenas y se divisa en el horizonte una gigantesca nube de polvo, provocada por el convoy de tanques que entran en la ciudad, todo el mundo debe refugiarse rápidamente en sus hogares o en aquel en el que se encuentren en ese momento. Además de los cientos de carteles de mártires o palestinos asesinados por el ejército que cubren la mayor parte de los muros de la ciudad, especialmente dentro del hospital, pueden encontrarse varias vallas que reflejan los rostros de los niños que han caído bajo el fuego israelí, muchas veces cuando este toque de queda interrumpía su camino a casa.

Gracias a la colaboración del personal del hospital y del propio ayuntamiento, pudimos visitar distintas partes de la ciudad como: el gigantesco campo de refugiados, existente desde que comenzó la ocupación hace más de treinta años, un hospital militar jordano dentro de éste, una de las primeras iglesias ortodoxas del país, etc. Por la noche viajábamos en coche, a pesar del toque de queda, gracias a que nuestros guías eran informados por radio de la posición de los tanques israelíes que se movían por la ciudad. Una vez, tuvimos que hacer tiempo con una familia, que nos ofreció su hospitalidad, porque teníamos un tanque montando guardia en la puerta del lugar donde habíamos sido alojados. Varias horas más tarde, nos avisaron que éste se movía, tuvimos el tiempo justo para volver a nuestra habitación antes de que terminara de dar la vuelta a la manzana y pasar de nuevo delante de nosotros. No obstante, esa noche nos despertamos varias veces debido a los frecuentes disparos efectuados por los soldados israel íes.

Desde allí, viajamos a Nablus, los soldados israelíes no nos dejaron cruzar el Check Point de la ciudad, a pesar de que insistimos en nuestra condición de turistas cristianos en peregrinaje por tierra santa. Por lo cual, tuvimos que alquilar varios vehículos dispuestos a cruzar las montañas que rodean la ciudad para poder acceder a ella. Tardamos más de seis horas en recorrer menos de los diez kilómetros que nos separaban de nuestro destino. A través de caminos prácticamente intransitables y bajo la amenaza de ser descubiertos por algún vehículo del ejército que controlara la zona, conseguimos entrar en la ciudad.

Lo cual, nos demostró que, si nosotros lo habíamos conseguido, cualquier palestino en buenas condiciones físicas podría entrar y salir libremente de la ciudad si tuviera necesidad de ello. Es decir, que la existencia de los Check Points, muchas veces sólo respondía a una necesidad sádica del gobierno israelí de humillar, de forma constante, a aquellos que menos pueden valerse por sí mismos y no para evitar una presunta amenaza terrorista de un pueblo diezmado, en el que ni los escasos policías disponen de armas, en la mayoría de los casos Por otra parte, durante estos dos últimos años de Intifada, desde la profanación de las mezquitas por parte de Sharón, antes de gobernar el país, ha habido una media docena de hombres bomba en los territorios israelíes, gente completamente destrozada por el dolor que supone haber perdido a su familia a manos del ejército y que actúa de forma individual. Ésta es la principal razón que esgrime el gobierno judío para justificar estas desmesuradas medidas de presión a l pueblo palestino. Entonces, yo me pregunto: ¿Cuántas docenas de francotiradores estadounidenses han entrado en colegios con terribles consecuencias, han disparado indiscriminadamente a decenas de ciudadanos agazapados desde alguna ventana o han asesinado sin ningún motivo aparente a gran parte de sus vecinos antes de suicidarse ante la llegada de las fuerzas de seguridad en el mismo país donde la posesión de armas está permitida y a la vez suministra al estado israelí todas las que necesita para seguir cometiendo esta barbarie año tras año?

En fin, dejémonos de preguntas porque si empiezo a hacérmelas sobre quienes han sido los principales beneficiarios de lo ocurrido aquel 11 de septiembre, podría escribir otro artículo tan largo como este y que dejaría un sabor de boca no menos amargo a muchos de lo que lo leyeran.

Estábamos en Nablus para colaborar con un grupo francés, al que pertenecían muchos de los voluntarios con los que había trabajado anteriormente en Jerusalem, y en el que nos habíamos involucrado antes de comenzar nuestro viaje. Trabajamos en un centro médico responsable de atender las urgencias que pudieran producirse entre la población local. Por ejemplo, al llegar allí, oímos una explosión no muy lejos del centro e instantes después llegó un hombre llevando un niño entre sus brazos con el rostro ensangrentado. Tras atender al muchacho, este hombre nos contó que la herida había sido producida por una piedra arrojada por otro niño y no por ningún tipo de metralla, como habíamos temido al principio. Creo, que todos respiramos aliviados a pesar de la gravedad de la situación.

También, acudíamos a los Check Points para intentar evitar posibles situaciones de especial dureza que pudieran cometer los soldados frente a la población palestina y llevábamos medicamentos a las personas que vivían lejos del hospital y tenían problemas para desplazarse. Ese mismo día, se había producido una manifestación doble a ambos lados del principal control militar que controlaba el acceso a la ciudad. Por un lado, en el exterior de la ciudad, varios autobuses llenos de pacifistas israelíes se habían concentrado frente a los soldados para exigirles su retirada. Durante varias horas, sufrieron los insultos y las amenazas de los militares, además de no poder acercarse al puesto del ejército ni un metro más de lo que les habían permitido los soldados.

Al mismo tiempo, los voluntarios internacionales se habían manifestado desde dentro, en dirección al otro lado del Check Point. Pero, los soldados habían cortado la calle anterior y no pudieron atravesarla, debido a la especial dureza que empleó el ejército para intentar disolverles, haciendo uso de bombas de humo, balas de goma y maquinaria pesada que lanzaron tras ellos. Después de varios intentos para llegar al puesto de control militar a través de calles adyacentes, tuvieron que retirarse con diversas contusiones y varios problemas de asfixia y oculares.

Por supuesto, esta noticia tampoco llegó a ser emitida o publicada de forma significativa por ningún medio de comunicación. Al igual, que la de los otros cincuenta voluntarios franceses a los que esperaban y que fueron retenidos en el aeropuerto de Tel Aviv hasta que se les recluyó en Nazaret, durante varias semanas, bajo la prohibición de pasar a territorio palestino hasta el día en que fueron deportados a su país de origen.

También, colaboramos con un grupo estadounidense que trabajaba en el gran campo de refugiados de la ciudad, incluso mayor que el de Jenin. Realmente, la única parte de la ciudad donde la gente circulaba con relativa normalidad y podían encontrarse cierto tipo de artículos, que no se veían en el resto de la localidad, porque poco les queda que perder a los que ya lo han perdido casi todo. Estos voluntarios, levantaban las barricadas que ponía el ejército israelí por la noche, estaban en permanente contacto con la población local y dormían en las casas de las familias de los mártires amenazadas por los soldados. Esto, consistía en encadenarse del cuello a la pared, junto a las ventanas del inmueble, para proteger a éstas familias si el ejército pretendía penetrar en el inmueble o bombardearlo. Ya que, existe un extraño código moral entere los soldados israelíes: Si eres árabe, pueden asesinarte sin ningún problema. Pero, si eres extranjero y te encuentras indefenso, sólo pueden deportarte a tu país. De hech o, nos recomendaban que gritáramos que éramos norteamericanos y teníamos hijos si éramos detenidos, en algún momento, por el ejército. Ya que, a fin de cuentas, se trataría de ciudadanos de un país aliado.

Una noche, me dirigía junto con otros voluntarios franceses, desde la casa de una familia palestina amenazada, donde se encontraban éstos voluntarios estadounidenses, a otra en similares condiciones. Cuando, en medio de una larga, oscura y silenciosa calle vacía, cuesta arriba, recibí una llamada al móvil. Nos avisaban que debíamos abandonar rápidamente esa zona porque un tanque con las luces apagadas se acercaba sin hacer ruido hacia nosotros, seguramente, al habernos detectado con los dispositivos infrarrojos de que disponían los soldados. Otros voluntarios, que iban a dormir en una casa al otro lado de la calle, nos habían avisado al sentir pasar el tanque debajo de donde se encontraban. Tuvimos que darnos media vuelta y volver a la casa de la que veníamos porque siempre sería más segura que intentar salir del campo de refugiados. Esa noche, dormimos bajo el fuego de las ametralladoras israelíes, entre fogonazo y fogonazo de las bengalas lanzadas por los soldados para intentar encontrar a quien pudiera estar quebrantando el toque de queda.

Realmente, Nablus se encuentra en la peor situación de todas las ciudades palestinas que visitamos en Cisjordania. Además de, encontrarse todos los negocios y tiendas cerradas, salvo algunas de alimentación como en el resto de las ciudades, el toque de queda era permanente desde hacía más de dos meses, por lo que, a veces no era posible adivinar como eran capaces de conseguir la comida.

Pero, una de las situaciones de mayor riesgo, fue la que viví unos momentos antes de abandonar la ciudad. Habíamos acudido a un hospital a esperar a una ambulancia de Jenín, que venía a recoger a enfermos de diálisis para ser tratados en el hospital Soleiman. Se trataba de la forma más segura de salir de allí pero no era posible saber en que momento ésta conseguiría atravesar el puesto de control israelí. Mientras esperábamos, se acercaron a nosotros dos mujeres palestinas. La mayor de ella era chilena y había ido a vivir allí cuando era niña. La otra era su hija. Ambas hablaban un castellano casi tan escaso como su inglés pero, a pesar de ello, conseguimos comunicarnos. Tras preguntarles dónde podríamos conseguir algo de comida, pues no habíamos probado bocado desde la tormentosa noche anterior, la más joven se ofreció a llevarme al zoco. Tras abastecernos de sendos kebaps y latas de refrescos nos dirigimos de nuevo al hospital.

En aquel momento, toda la gente comenzó a correr y a refugiarse en sus casas. Nosotros hicimos lo mismo en una carpintería cercana. Los tanques acababan de entrar en la ciudad. Ella estaba muy nerviosa, como si fuera la primera vez que sufría esta situación. Recuerdo, que le ofrecí comida, para intentar tranquilizarla, mientras hacíamos tiempo pero las manos le temblaban tanto que apenas podía sostener los alimentos. Esperamos a que la gente comenzara a abandonar sus hogares pero, a pesar del silencio que reinaba en las calles, nadie se atrevía a salir. Llegó un momento, en el que decidí volver al hospital porque la ambulancia podía llegar en cualquier instante y salir de la ciudad sin mí. Ella quiso acompañarme, pues estaba preocupada por su madre. Tras pedirla que me dejara ir delante, por si me encontraba con los soldados le diera tiempo a esconderse a una señal mía, nos dirigimos caminando sigilosamente, la espalda contra las fachadas de las casas, a la calle donde se encontraba el hospital. En ese mo mento, unos niños pasaron corriendo a mi lado e instantes después volvieron más deprisa aún en dirección contraria. Acababan de lanzar piedras contra un tanque y este venía tras ellos. Retrocedimos, también, rápidamente para cobijarnos tras una esquina, unas calles atrás y conseguimos evitarlo. Como la situación no tenía visos de mejorar, le propuse salir de allí caminando tranquilamente hacia el hospital, como nada estuviera pasando. Eso sí, ella iría caminando junto a mi hombro izquierdo, ya que el tanque que nos esperaba a la puerta del hospital se encontraba en el lado opuesto. Supuse, que se lo pensarían dos veces antes de hacer algo contra un occidental, cosa que no tenía por qué ocurrir, en el caso de una chica palestina asustada. Mientras cruzábamos la calle, traté de no mirar al tanque ni hacer caso de ningún posible alto el paso por parte de algún solado. Unos segundos más tarde, nos encontrábamos otra vez en el interior del hospital sanos y salvos.

Un rato más tarde, llegó la ambulancia. Tras despedirnos, cruzamos el Check Point en dirección a Jenin, de nuevo. Los soldados hicieron descubrir sus brazos a los enfermos para comprobar las heridas producidas por la máquina de diálisis. Nuestros equipajes fueron sometidos a una inspección tan rigurosa como la del vehículo. Tras abandonar Jenin por última vez, nos dirigimos en otra ambulancia al Check Point de Afula, una ciudad israelí donde nos esperaba, al otro lado, una colaboradora israelí que nos invitaría a dormir, durante un par de noches, en el kibutz donde vivía.

Teníamos que ir a Tel Aviv para resolver algunos asuntos relacionados con la venida del alcalde de Jenin, diverso material informático, fotográfico y de video, junto con el cambio de nuestros billetes de avión para unos días más tarde, por si se solucionaba el asunto de los medicamentos retenidos en el aeropuerto. La mayor parte de la población, que se encuentra en la estación de autobuses de la ciudad son militares o colonos, los principales usuarios de este medio de transporte. Además, alquilamos un coche, con matrícula israelí, para poder movernos más fácilmente por los territorios palestinos, en nuestra condición de turistas, anteriormente mencionada. En la autopista de salida de la ciudad, nos encontramos con una gigantesca grúa militar que remolcaba un tanque en el carril paralelo al que nos desplazábamos. Al tomar una fotografía del mismo, fuimos inmediatamente advertidos por el conductor para que nos detuviéramos en el andén. El flash de la cámara debía habernos delatado en su retrovisor. Sin duda rlo un instante, cambiamos de carril, aceleramos y dejamos rápidamente a la grúa detrás. Al anochecer, tuvimos un pequeño accidente sin importancia, dentro de la misma autopista, al frenar bruscamente el vehículo que nos precedía. No hubo mayores consecuencias que una aparatosa abolladura del capó delantero y ciertos problemas mecánicos con el cambio de marchas a partir de entonces, que nos ocasionarían más de una pregunta por parte de los soldados de los puestos de control a las ciudades que visitamos posteriormente.

Al día siguiente, acudimos a una concentración de "Women in black", el grupo al que pertenecía esta otra compañera judía, frente a la prisión militar en el cruce de Meggido, para pedir la puesta en libertad de los escasos objetores de conciencia israelíes, que allí se encontraban encarcelados, por negarse a cumplir el servicio militar obligatorio en todo el país.

Desde allí, nos dirigimos a Belén. Uno de los embajadores de palestina en Madrid, nos había invitado a visitarle durante la breve estancia que iba a pasar allí con su familia. Por supuesto, viajaba con pasaporte español. Una tensa situación tuvo lugar al ir a cruzar el Check Point de la ciudad. Al acercarnos, un soldado nos pidió que nos detuviéramos a unos metros de distancia. Al proceder a cambiar la marcha del coche, éste se caló bruscamente. En ese momento, sentimos como un par de ametralladoras apuntaban directamente hacia nuestras cabezas, mientras otro militar nos hacía señas con la mano para retrocediéramos unos metros atrás. Tras cumplir escrupulosamente sus instrucciones, seguimos los procedimientos habituales en ese tipo de situaciones, justificación turístico-religiosa incluida, evidentemente.

La situación de la ciudad no dista demasiado de lo visto en las anteriores: Barrios destruidos, negocios cerrados, abundantes carteles de mártires, escasa policía, desarmada en su mayoría, gente sin trabajo pero con unas increíbles ganas de seguir resistiendo sin perder nunca esa sonrisa de esperanza que tanto caracteriza la fortaleza del pueblo palestino. El cuartel de la autoridad palestina había sido bombardeado durante tres ocasiones hasta quedar reducidas sus cinco plantas a escombros. La Natividad, había sido ocupada por el ejército israelí para acabar con varios de los que allí se encontraron refugiados, junto con los franciscanos, meses atrás. Tuvo que llegar al gobierno de Sharon, un teletipo del Vaticano para advertirle de las consecuencias que podían tener lugar si el lugar era destruido. No obstante, pueden apreciarse claramente los daños ocasionados, por los disparos de los soldados, en su entrada. Como cabe esperar, todos los tesoros del templo se encuentran escondidos, por los cristianos y ortodoxos que dirigen el lugar, en las catacumbas del mismo por temor a una posible expoliación de los mismos en otra posible incursión por parte del ejército israelí. Ni periodistas ni político alguno tiene actualmente acceso a ellos por decisión de los dirigentes del lugar de ambas religiones. A su lado, se encuentra la residencia franciscana donde solía residir Arafat cuando visitaba la ciudad. No en vano, la mitad de la población de la ciudad es cristiana. También visitamos, lo que fue en su día uno de los mayores tesoros artísticos del pueblo palestino de cara al exterior. Se trata de un museo que recoge lo más granado de la artesanía y trajes tradicionales del país. En su momento, expuesto en diferentes ciudades europeas con gran éxito de público y ahora venido a menos, dentro de un desapercibido almacén, por el temor a ser confiscado en su integridad por parte de las autoridades israelíes si intentara volver a salir de gira fuera del país.

Por último, visitamos el hospital de Beit Sa´hur, una pequeña ciudad vecina de Belén, donde trabajaba una israelí que nos había sido presentado por una de nuestros contactos, cuando estuvimos en Jerusalem. Después, volvimos al aeropuerto de Tel AvIv. Tras ser sometido a un interrogatorio y registro, similar al de mi llegada al país, abandonamos Israel en dirección a España con la intención de volver de nuevo, en cuanto fuera posible, para seguir luchando por la libertad del pueblo palestino.

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