|
|
Viaje a Palestina UN
VOLUNTARIO EN PALESTINA Llego
a la terminal de El Al, en el aeropuerto de Barajas, unas horas antes del
embarque del vuelo Madrid-Tel Aviv. Apenas me acerco al mostrador, un
funcionario de dicha compañía me pide amablemente que me retire a un lado para
comprobar mi billete de avión. Tras echar un rápido vistazo a mi abultada
mochila de montaña, me hace saber que voy a ser sometido a un exhaustivo
interrogatorio en ese mismo lugar, antes de ser conducido a una pequeña sala
donde se examinará cada una de mis pertenencias. Sobra decir, que si me niego a
colaborar con alguno de estos procedimientos, no tendré la oportunidad de
viajar con ellos. Tras
ser interrogado, durante casi media hora sobre diversos asuntos personales,
motivos del viaje y posibles contactos entre la población local de allí, veo
efectuar diversas pruebas químicas, lectura de documentos y registros
individuales de todo mi equipaje. Hasta los agujeros de mis calcetines llegan a
ser examinados minuciosamente. Todos mis instrumentos electrónicos son
requisados durante el vuelo y no me serán devueltos hasta la llegada, en la
oficina de objetos perdidos de Tel Aviv. Tras dudar de las razones turísticas
expuestas para visitar su país, al encontrar algunas notas sobre organizaciones
palestinas, me acompañan hasta la puerta de embarque unos minutos antes de que
éste se realice. Al
entrar en contacto con parte del resto del pasaje, descubro que he sido el único
en ser sometido a este tipo de medidas de seguridad, debido a mi pasaporte no
israelí, escasez de equipaje, edad y aspecto encubierto de voluntario
internacional. Una
vez allí, cambio parte de mi moneda en sherkels, la divisa oficial
israelí y única en circulación, incluso en los territorios ocupados. Cojo un sherout,
taxi compartido de nueve plazas, hasta una de las puertas de la antigua ciudad
de Jerusalem. El taxista redondea con la divisa americana de algunos turistas,
al hacer la conversión a sherkels, de una forma tan abusiva como muchas
superficies comerciales españolas con nuestra anterior moneda desde el
establecimiento del euro. Jerusalem
por la noche, transmite una sospechosa sensación de tranquilidad, tan solo
interrumpida por la constante presencia de soldados israelíes, dispuestos a
pedir la documentación o la apertura de la mochila, en casi todas las partes de
la ciudad. Las cuatro partes de esta, se funden dentro de la muralla sin previo
aviso. Puedes doblar una esquina y encontrarte en cualquiera de los cuatro
barrios: árabe, cristiano, judío u ortodoxo. En todos ellos, figuran los
nombre de las calles en tres idiomas: árabe, hebreo e inglés. Salvo, en el
barrio judío, donde el nombre árabe se encuentra cubierto por una pegatina. A
la entrada al barrio árabe, una vez cruzada la puerta de Damasco, la primera
casa elevada que se divisa sobre la calle, está cubierta por una gran bandera
israelí y coronada por un gigantesco candelabro judío. Esta casa fue adquirida
por Sharon, cuando subió al poder, como símbolo de la soberanía israelí
sobre el pueblo palestino. Por supuesto, nunca vivió allí, tan solo es una
forma más de humillación a la población árabe. Por
otra parte, tras atravesar el frío e impersonal barrio judío, cubierto de
banderas israelíes situadas en cada uno de sus portales, llego al muro de las
lamentaciones. Éste, se encuentra dividido en dos partes: una pequeña y
abarrotada para las mujeres; al lado de otra mucho mayor, con sillas y mesas,
para una cantidad mucho menor de hombres. Una pequeña demostración publica del
machismo dentro de la sociedad judía. Todas
las ciudades palestinas, tanto dentro del territorio israelí como en Gaza o
Cisjordania, se encuentran cerradas y controladas por Check Points o
puestos militares de control israelíes, con varios soldados bien armados con
tanquetas y carros de combate. Los israelíes no pueden pasar a los territorios
ocupados, delimitados por la tristemente célebre "línea verde", ni
los palestinos pueden salir de sus propias ciudades, salvo que posean un
determinado permiso especial, raramente otorgado por las autoridades israelíes. Jerusalem,
es la única excepción. Sus ciudadanos árabes poseen una tarjeta azul que les
permite moverse, a través de los Check Points, a alguna de las ciudades
donde tengan familia. Aún así, a veces ocurren situaciones como la siguiente:
Estuve trabajando en labores de rehabilitación de un centro cultural, llamado
"La torre de la cigüeña", en la parte árabe de la ciudad antigua, a
través del SCI (Servicio Civil Internacional), una ONG dedicada a mandar
voluntarios no especializados de todo el mundo para participar en proyectos
solidarios no subvencionados y sin ánimo de lucro. Éramos veinte chicos y
chicas de 20 a 30 años en su mayoría. La mayor parte franceses, varios
palestinos y algunos italianos. La mayoría del tiempo, pintábamos las
instalaciones, hacíamos murales y habilitábamos zonas dañadas o descuidadas a
cambio de comida y un lugar para dormir. En una ocasión, un anciano palestino
que trabaja en esta asociación junto con los voluntarios, una especie de
"Chanquete" local, fue a ver a parte de su familia, que vivía en una
ciudad cercana. Un día más tarde, aparecía en el periódico local la noticia
de que un presunto terrorista palestino había sido abatido por los soldados en
defensa propia, cuando éstos se sintieron amenazados al abalanzarse el coche,
en el que viajaba esta persona, sobre el Check Point que controlaba el
acceso a la ciudad. Nadie en barrio pudo dar crédito a esta versión de los
hechos y decenas de personas, incluidos nosotros, pasamos por la casa de su
familia para dar el pésame a lo largo de todo ese día y noche. Durante
el tiempo que pasé en Jerusalem, trabajando en este proyecto, tuve ocasión de
conocer algunas organizaciones pacifistas palestinas e israelíes que
colaboraban con la nuestra. También, de presenciar la minuciosidad con la que
se empleaban los soldados de los Check Points frente los extranjeros que
pretendían atravesarlo y la brutalidad que llegaban a emplear contra los
palestinos que pretendía pasar, incluso con un pase especial. Una
semana más tarde, tras concluir mi colaboración con esta organización, comencé
una segunda etapa de mi viaje junto con un compañero que acababa de llegar de
otra ONG española, llamada Paz Ahora, dedicada a intervenir como mediadora en
el reparto de material imprescindible en conflictos bélicos de todo el mundo. En
Jerusalem, trabajamos con "Women for the human rights", un
grupo de mujeres de mediana edad que intervenían en los Check points,
censurando la conducta agresiva de los soldados hacia muchos de los palestinos
que pretendían cruzarlos a pie. Tomaban una actitud cercana a la que pudiera
tener una madre con un hijo de dieciocho o diecinueve años que se dedicara a
amenazar a ancianos, faltar al respeto a señoras con niños a los que llevar al
médico o intentar agredir al resto de la gente que quisiera justificar su
necesidad de salir de la ciudad. Vimos
muchas de las colonias israelíes que se habían establecido recientemente en
los alrededores de pequeños pueblos palestinos y los cuarteles militares que
habían sido creados a su lado para "protegerlas" de sus vecinos.
Estos colonos no militares, venidos huyendo de la pobreza de sus países a
cambio de la nacionalidad israelí y múltiples ayudas económicas por parte del
estado, tienen derecho a llevar armas, una metralleta, y no deben rendir cuentas
a ninguna autoridad si asesinan a algún palestino que pase cerca de sus
hogares. También son especialmente violentos con los voluntarios
internacionales y sus propios compatriotas pacifistas a los que califican de
"traidores". Después,
viajamos a Jenin para efectuar la compra de una partida de material médico,
para el departamento de diálisis del hospital Soleimán, a una empresa farmacéutica
habitual. El dinero procedía de una donación del ayuntamiento de Coslada, como
primer paso a un futuro hermanamiento con la ciudad de Jenin. Atravesamos
Cisjordania, siguiendo paralelamente la frontera con Jordania, para intentar
evitar la mayor parte de los Check Points, ya que llevábamos una
considerable cantidad de dinero con nosotros que podría resultar sospechosa a
los soldados que pudiéramos encontrarnos. Una vez allí, tuvimos una entrevista
con el alcalde de Jenin, que se comprometió a venir, tan pronto como le fuera
posible, a España para formalizar el hermanamiento entre su ciudad y las otras
españolas que quisieran involucrarse, como Rivas Vaciamadrid. También
acordamos, con el director del citado hospital, el pago del material a la
empresa farmacéutica de Ramallah, encargada de suminístralo, cuando éste
llegara. Unos días después, fue necesario pedir este material a una empresa
alemana porque Ramallah había vuelto a ponerse bajo curfew o toque de
queda. Unas semanas más tarde, cuando volvimos a España, este material se
encontraba todavía retenido en la aduana del aeropuerto de Tel Aviv, sin
posibilidad de salir ni de acelerar este trámite o de explicación oficial
alguna. Actualmente, tan solo ha llegado al hospital el 80% de este material. La
segunda vez que volvimos a Jenin, para intentar solucionar estos imprevistos, el
director del hospital envió una ambulancia a recogernos al Check Point
de entrada a la ciudad, ya que el taxi israelí en el que viajábamos no podía
atravesarlo. Un joven soldado, tras comprobar en el interior del puesto militar
nuestros pasaportes durante varios minutos, nos advirtió que no podríamos
atravesar ni en coche ni andando. Es más, si la ambulancia, que nos esperaba al
otro lado, hacía ademán de venir a recogernos, abriría fuego contra el
conductor sin dudarlo un instante. Ante nuestros comentarios de escepticismo,
nos conminó a no intentar burlarnos de su actitud. Menos mal, que una llamada
del director del hospital a su superior militar más inmediato consiguió que éste
le hiciera cambiar rápidamente de opinión. Sólo así, pudimos volver a entrar
en la ciudad. La
situación de Jenin, no dista demasiado de la que pudimos ver a través de los
medios de comunicación, varios meses atrás, tras la nueva masacre ordenada por
Sharon como "respuesta" a un atentado palestino en territorio israelí.
La mayor parte del centro de la ciudad, se encuentra destruido. Los vecinos
viven rodeados de escombros y restos de edificios bajo amenaza de
derrumbamiento, ya que tienen prohibido todo tipo de reconstrucción o derribo
de los inmuebles dañados. Los supervivientes más afectados por el ataque, se
encuentran realojados con familias del barrio o incrementando el número de
residentes en el campo de refugiados, que se encuentra a escasa distancia de
este lugar. No obstante, tal como nos había dicho su alcalde, no vimos mendigos
en ninguna parte de la ciudad, ya que, a pesar de todo, la comida nunca faltaba
para el que la necesitaba, debido a la increíble solidaridad de la población
con los más desfavorecidos. El
toque de queda, por parte del ejército israelí, puede producirse en cualquier
momento del día. Cuando suenan unas sirenas y se divisa en el horizonte una
gigantesca nube de polvo, provocada por el convoy de tanques que entran en la
ciudad, todo el mundo debe refugiarse rápidamente en sus hogares o en aquel en
el que se encuentren en ese momento. Además de los cientos de carteles de mártires
o palestinos asesinados por el ejército que cubren la mayor parte de los muros
de la ciudad, especialmente dentro del hospital, pueden encontrarse varias
vallas que reflejan los rostros de los niños que han caído bajo el fuego
israelí, muchas veces cuando este toque de queda interrumpía su camino a casa. Gracias
a la colaboración del personal del hospital y del propio ayuntamiento, pudimos
visitar distintas partes de la ciudad como: el gigantesco campo de refugiados,
existente desde que comenzó la ocupación hace más de treinta años, un
hospital militar jordano dentro de éste, una de las primeras iglesias ortodoxas
del país, etc. Por la noche viajábamos en coche, a pesar del toque de queda,
gracias a que nuestros guías eran informados por radio de la posición de los
tanques israelíes que se movían por la ciudad. Una vez, tuvimos que hacer
tiempo con una familia, que nos ofreció su hospitalidad, porque teníamos un
tanque montando guardia en la puerta del lugar donde habíamos sido alojados.
Varias horas más tarde, nos avisaron que éste se movía, tuvimos el tiempo
justo para volver a nuestra habitación antes de que terminara de dar la vuelta
a la manzana y pasar de nuevo delante de nosotros. No obstante, esa noche nos
despertamos varias veces debido a los frecuentes disparos efectuados por los
soldados israel íes. Desde
allí, viajamos a Nablus, los soldados israelíes no nos dejaron cruzar el Check
Point de la ciudad, a pesar de que insistimos en nuestra condición de
turistas cristianos en peregrinaje por tierra santa. Por lo cual, tuvimos que
alquilar varios vehículos dispuestos a cruzar las montañas que rodean la
ciudad para poder acceder a ella. Tardamos más de seis horas en recorrer menos
de los diez kilómetros que nos separaban de nuestro destino. A través de
caminos prácticamente intransitables y bajo la amenaza de ser descubiertos por
algún vehículo del ejército que controlara la zona, conseguimos entrar en la
ciudad. Lo
cual, nos demostró que, si nosotros lo habíamos conseguido, cualquier
palestino en buenas condiciones físicas podría entrar y salir libremente de la
ciudad si tuviera necesidad de ello. Es decir, que la existencia de los Check
Points, muchas veces sólo respondía a una necesidad sádica del gobierno
israelí de humillar, de forma constante, a aquellos que menos pueden valerse
por sí mismos y no para evitar una presunta amenaza terrorista de un pueblo
diezmado, en el que ni los escasos policías disponen de armas, en la mayoría
de los casos Por otra parte, durante estos dos últimos años de Intifada, desde
la profanación de las mezquitas por parte de Sharón, antes de gobernar el país,
ha habido una media docena de hombres bomba en los territorios israelíes, gente
completamente destrozada por el dolor que supone haber perdido a su familia a
manos del ejército y que actúa de forma individual. Ésta es la principal razón
que esgrime el gobierno judío para justificar estas desmesuradas medidas de
presión a l pueblo palestino. Entonces, yo me pregunto: ¿Cuántas docenas de
francotiradores estadounidenses han entrado en colegios con terribles
consecuencias, han disparado indiscriminadamente a decenas de ciudadanos
agazapados desde alguna ventana o han asesinado sin ningún motivo aparente a
gran parte de sus vecinos antes de suicidarse ante la llegada de las fuerzas de
seguridad en el mismo país donde la posesión de armas está permitida y a la
vez suministra al estado israelí todas las que necesita para seguir cometiendo
esta barbarie año tras año? En
fin, dejémonos de preguntas porque si empiezo a hacérmelas sobre quienes han
sido los principales beneficiarios de lo ocurrido aquel 11 de septiembre, podría
escribir otro artículo tan largo como este y que dejaría un sabor de boca no
menos amargo a muchos de lo que lo leyeran. Estábamos
en Nablus para colaborar con un grupo francés, al que pertenecían muchos de
los voluntarios con los que había trabajado anteriormente en Jerusalem, y en el
que nos habíamos involucrado antes de comenzar nuestro viaje. Trabajamos en un
centro médico responsable de atender las urgencias que pudieran producirse
entre la población local. Por ejemplo, al llegar allí, oímos una explosión
no muy lejos del centro e instantes después llegó un hombre llevando un niño
entre sus brazos con el rostro ensangrentado. Tras atender al muchacho, este
hombre nos contó que la herida había sido producida por una piedra arrojada
por otro niño y no por ningún tipo de metralla, como habíamos temido al
principio. Creo, que todos respiramos aliviados a pesar de la gravedad de la
situación. También,
acudíamos a los Check Points para intentar evitar posibles situaciones
de especial dureza que pudieran cometer los soldados frente a la población
palestina y llevábamos medicamentos a las personas que vivían lejos del
hospital y tenían problemas para desplazarse. Ese mismo día, se había
producido una manifestación doble a ambos lados del principal control militar
que controlaba el acceso a la ciudad. Por un lado, en el exterior de la ciudad,
varios autobuses llenos de pacifistas israelíes se habían concentrado frente a
los soldados para exigirles su retirada. Durante varias horas, sufrieron los
insultos y las amenazas de los militares, además de no poder acercarse al
puesto del ejército ni un metro más de lo que les habían permitido los
soldados. Al
mismo tiempo, los voluntarios internacionales se habían manifestado desde
dentro, en dirección al otro lado del Check Point. Pero, los soldados
habían cortado la calle anterior y no pudieron atravesarla, debido a la
especial dureza que empleó el ejército para intentar disolverles, haciendo uso
de bombas de humo, balas de goma y maquinaria pesada que lanzaron tras ellos.
Después de varios intentos para llegar al puesto de control militar a través
de calles adyacentes, tuvieron que retirarse con diversas contusiones y varios
problemas de asfixia y oculares. Por
supuesto, esta noticia tampoco llegó a ser emitida o publicada de forma
significativa por ningún medio de comunicación. Al igual, que la de los otros
cincuenta voluntarios franceses a los que esperaban y que fueron retenidos en el
aeropuerto de Tel Aviv hasta que se les recluyó en Nazaret, durante varias
semanas, bajo la prohibición de pasar a territorio palestino hasta el día en
que fueron deportados a su país de origen. También,
colaboramos con un grupo estadounidense que trabajaba en el gran campo de
refugiados de la ciudad, incluso mayor que el de Jenin. Realmente, la única
parte de la ciudad donde la gente circulaba con relativa normalidad y podían
encontrarse cierto tipo de artículos, que no se veían en el resto de la
localidad, porque poco les queda que perder a los que ya lo han perdido casi
todo. Estos voluntarios, levantaban las barricadas que ponía el ejército
israelí por la noche, estaban en permanente contacto con la población local y
dormían en las casas de las familias de los mártires amenazadas por los
soldados. Esto, consistía en encadenarse del cuello a la pared, junto a las
ventanas del inmueble, para proteger a éstas familias si el ejército pretendía
penetrar en el inmueble o bombardearlo. Ya que, existe un extraño código moral
entere los soldados israelíes: Si eres árabe, pueden asesinarte sin ningún
problema. Pero, si eres extranjero y te encuentras indefenso, sólo pueden
deportarte a tu país. De hech o, nos recomendaban que gritáramos que éramos
norteamericanos y teníamos hijos si éramos detenidos, en algún momento, por
el ejército. Ya que, a fin de cuentas, se trataría de ciudadanos de un país
aliado. Una
noche, me dirigía junto con otros voluntarios franceses, desde la casa de una
familia palestina amenazada, donde se encontraban éstos voluntarios
estadounidenses, a otra en similares condiciones. Cuando, en medio de una larga,
oscura y silenciosa calle vacía, cuesta arriba, recibí una llamada al móvil.
Nos avisaban que debíamos abandonar rápidamente esa zona porque un tanque con
las luces apagadas se acercaba sin hacer ruido hacia nosotros, seguramente, al
habernos detectado con los dispositivos infrarrojos de que disponían los
soldados. Otros voluntarios, que iban a dormir en una casa al otro lado de la
calle, nos habían avisado al sentir pasar el tanque debajo de donde se
encontraban. Tuvimos que darnos media vuelta y volver a la casa de la que veníamos
porque siempre sería más segura que intentar salir del campo de refugiados.
Esa noche, dormimos bajo el fuego de las ametralladoras israelíes, entre
fogonazo y fogonazo de las bengalas lanzadas por los soldados para intentar
encontrar a quien pudiera estar quebrantando el toque de queda. Realmente,
Nablus se encuentra en la peor situación de todas las ciudades palestinas que
visitamos en Cisjordania. Además de, encontrarse todos los negocios y tiendas
cerradas, salvo algunas de alimentación como en el resto de las ciudades, el
toque de queda era permanente desde hacía más de dos meses, por lo que, a
veces no era posible adivinar como eran capaces de conseguir la comida. Pero,
una de las situaciones de mayor riesgo, fue la que viví unos momentos antes de
abandonar la ciudad. Habíamos acudido a un hospital a esperar a una ambulancia
de Jenín, que venía a recoger a enfermos de diálisis para ser tratados en el
hospital Soleiman. Se trataba de la forma más segura de salir de allí pero no
era posible saber en que momento ésta conseguiría atravesar el puesto de
control israelí. Mientras esperábamos, se acercaron a nosotros dos mujeres
palestinas. La mayor de ella era chilena y había ido a vivir allí cuando era
niña. La otra era su hija. Ambas hablaban un castellano casi tan escaso como su
inglés pero, a pesar de ello, conseguimos comunicarnos. Tras preguntarles dónde
podríamos conseguir algo de comida, pues no habíamos probado bocado desde la
tormentosa noche anterior, la más joven se ofreció a llevarme al zoco. Tras
abastecernos de sendos kebaps y latas de refrescos nos dirigimos de nuevo al
hospital. En
aquel momento, toda la gente comenzó a correr y a refugiarse en sus casas.
Nosotros hicimos lo mismo en una carpintería cercana. Los tanques acababan de
entrar en la ciudad. Ella estaba muy nerviosa, como si fuera la primera vez que
sufría esta situación. Recuerdo, que le ofrecí comida, para intentar
tranquilizarla, mientras hacíamos tiempo pero las manos le temblaban tanto que
apenas podía sostener los alimentos. Esperamos a que la gente comenzara a
abandonar sus hogares pero, a pesar del silencio que reinaba en las calles,
nadie se atrevía a salir. Llegó un momento, en el que decidí volver al
hospital porque la ambulancia podía llegar en cualquier instante y salir de la
ciudad sin mí. Ella quiso acompañarme, pues estaba preocupada por su madre.
Tras pedirla que me dejara ir delante, por si me encontraba con los soldados le
diera tiempo a esconderse a una señal mía, nos dirigimos caminando
sigilosamente, la espalda contra las fachadas de las casas, a la calle donde se
encontraba el hospital. En ese mo mento, unos niños pasaron corriendo a mi lado
e instantes después volvieron más deprisa aún en dirección contraria.
Acababan de lanzar piedras contra un tanque y este venía tras ellos.
Retrocedimos, también, rápidamente para cobijarnos tras una esquina, unas
calles atrás y conseguimos evitarlo. Como la situación no tenía visos de
mejorar, le propuse salir de allí caminando tranquilamente hacia el hospital,
como nada estuviera pasando. Eso sí, ella iría caminando junto a mi hombro
izquierdo, ya que el tanque que nos esperaba a la puerta del hospital se
encontraba en el lado opuesto. Supuse, que se lo pensarían dos veces antes de
hacer algo contra un occidental, cosa que no tenía por qué ocurrir, en el caso
de una chica palestina asustada. Mientras cruzábamos la calle, traté de no
mirar al tanque ni hacer caso de ningún posible alto el paso por parte de algún
solado. Unos segundos más tarde, nos encontrábamos otra vez en el interior del
hospital sanos y salvos. Un
rato más tarde, llegó la ambulancia. Tras despedirnos, cruzamos el Check
Point en dirección a Jenin, de nuevo. Los soldados hicieron descubrir sus
brazos a los enfermos para comprobar las heridas producidas por la máquina de
diálisis. Nuestros equipajes fueron sometidos a una inspección tan rigurosa
como la del vehículo. Tras abandonar Jenin por última vez, nos dirigimos en
otra ambulancia al Check Point de Afula, una ciudad israelí donde nos
esperaba, al otro lado, una colaboradora israelí que nos invitaría a dormir,
durante un par de noches, en el kibutz donde vivía. Teníamos
que ir a Tel Aviv para resolver algunos asuntos relacionados con la venida del
alcalde de Jenin, diverso material informático, fotográfico y de video, junto
con el cambio de nuestros billetes de avión para unos días más tarde, por si
se solucionaba el asunto de los medicamentos retenidos en el aeropuerto. La
mayor parte de la población, que se encuentra en la estación de autobuses de
la ciudad son militares o colonos, los principales usuarios de este medio de
transporte. Además, alquilamos un coche, con matrícula israelí, para poder
movernos más fácilmente por los territorios palestinos, en nuestra condición
de turistas, anteriormente mencionada. En la autopista de salida de la ciudad,
nos encontramos con una gigantesca grúa militar que remolcaba un tanque en el
carril paralelo al que nos desplazábamos. Al tomar una fotografía del mismo,
fuimos inmediatamente advertidos por el conductor para que nos detuviéramos en
el andén. El flash de la cámara debía habernos delatado en su retrovisor. Sin
duda rlo un instante, cambiamos de carril, aceleramos y dejamos rápidamente a
la grúa detrás. Al anochecer, tuvimos un pequeño accidente sin importancia,
dentro de la misma autopista, al frenar bruscamente el vehículo que nos precedía.
No hubo mayores consecuencias que una aparatosa abolladura del capó delantero y
ciertos problemas mecánicos con el cambio de marchas a partir de entonces, que
nos ocasionarían más de una pregunta por parte de los soldados de los puestos
de control a las ciudades que visitamos posteriormente. Al
día siguiente, acudimos a una concentración de "Women in black",
el grupo al que pertenecía esta otra compañera judía, frente a la prisión
militar en el cruce de Meggido, para pedir la puesta en libertad de los escasos
objetores de conciencia israelíes, que allí se encontraban encarcelados, por
negarse a cumplir el servicio militar obligatorio en todo el país. Desde
allí, nos dirigimos a Belén. Uno de los embajadores de palestina en Madrid,
nos había invitado a visitarle durante la breve estancia que iba a pasar allí
con su familia. Por supuesto, viajaba con pasaporte español. Una tensa situación
tuvo lugar al ir a cruzar el Check Point de la ciudad. Al acercarnos, un
soldado nos pidió que nos detuviéramos a unos metros de distancia. Al proceder
a cambiar la marcha del coche, éste se caló bruscamente. En ese momento,
sentimos como un par de ametralladoras apuntaban directamente hacia nuestras
cabezas, mientras otro militar nos hacía señas con la mano para retrocediéramos
unos metros atrás. Tras cumplir escrupulosamente sus instrucciones, seguimos
los procedimientos habituales en ese tipo de situaciones, justificación turístico-religiosa
incluida, evidentemente. La
situación de la ciudad no dista demasiado de lo visto en las anteriores:
Barrios destruidos, negocios cerrados, abundantes carteles de mártires, escasa
policía, desarmada en su mayoría, gente sin trabajo pero con unas increíbles
ganas de seguir resistiendo sin perder nunca esa sonrisa de esperanza que tanto
caracteriza la fortaleza del pueblo palestino. El cuartel de la autoridad
palestina había sido bombardeado durante tres ocasiones hasta quedar reducidas
sus cinco plantas a escombros. La Natividad, había sido ocupada por el ejército
israelí para acabar con varios de los que allí se encontraron refugiados,
junto con los franciscanos, meses atrás. Tuvo que llegar al gobierno de Sharon,
un teletipo del Vaticano para advertirle de las consecuencias que podían tener
lugar si el lugar era destruido. No obstante, pueden apreciarse claramente los
daños ocasionados, por los disparos de los soldados, en su entrada. Como cabe
esperar, todos los tesoros del templo se encuentran escondidos, por los
cristianos y ortodoxos que dirigen el lugar, en las catacumbas del mismo por
temor a una posible expoliación de los mismos en otra posible incursión por
parte del ejército israelí. Ni periodistas ni político alguno tiene
actualmente acceso a ellos por decisión de los dirigentes del lugar de ambas
religiones. A su lado, se encuentra la residencia franciscana donde solía
residir Arafat cuando visitaba la ciudad. No en vano, la mitad de la población
de la ciudad es cristiana. También visitamos, lo que fue en su día uno de los
mayores tesoros artísticos del pueblo palestino de cara al exterior. Se trata
de un museo que recoge lo más granado de la artesanía y trajes tradicionales
del país. En su momento, expuesto en diferentes ciudades europeas con gran éxito
de público y ahora venido a menos, dentro de un desapercibido almacén, por el
temor a ser confiscado en su integridad por parte de las autoridades israelíes
si intentara volver a salir de gira fuera del país. Por
último, visitamos el hospital de Beit Sa´hur, una pequeña ciudad vecina de
Belén, donde trabajaba una israelí que nos había sido presentado por una de
nuestros contactos, cuando estuvimos en Jerusalem. Después, volvimos al
aeropuerto de Tel AvIv. Tras ser sometido a un interrogatorio y registro,
similar al de mi llegada al país, abandonamos Israel en dirección a España
con la intención de volver de nuevo, en cuanto fuera posible, para seguir
luchando por la libertad del pueblo palestino. |
|
|